El último cuatro de agosto un niño de seis años fue arrojado de la terraza del Tate Modern, en Londres y hoy lucha por su vida. Un adolescente de diecisiete, sin motivo alguno, lo empujó y la caída fue de casi treinta metros de altura. Por su posición estratégica y vista panorámica, es uno de los puntos más visitados por los turistas. El pequeño sufrió fracturas de cráneo, vértebras y piernas.
¿ Qué hace que un joven tenga un impulso semejante, hacia alguien indefenso y con el cuál no ha cruzado ni una sola palabra jamás ? Psicólogos, sociólogos y y psiquiatras tratan de investigar a fondo el caso que ha dejado al mundo perplejo. Seguramente encontrarán respuestas para atenuar la angustia colectiva. Dirán que el chico tenía problemas. Que las hormonas le jugaron una mala pasada. Que los padres se peleaban a gritos. Que en la escuela le hacían bullying. No obstante, nadie se atreverá a decir en lenguaje culto, que en esa terraza el domingo cuatro de agosto actuó el mal. Por temor a ser anacrónicos, por no querer utilizar recursos filosóficos del medioevo, por no querer parecer pastores evangélicos nos quedaremos con la anécdota y esperaremos noticias de la recuperación del pequeño y la sanción al joven . Se alzarán voces pidiendo su encarcelamiento. No faltarán las que indiquen el tratamiento necesario para que se adapte a la sociedad después del trauma que, sin duda, marcará su biografía para siempre. El Tate pondrá rejas para que eso no vuelva a pasar. Será indiciado por no tener la seguridad edilicia ni la vigilancia necesaria para evitar que estas cosas sucedan. Tratarán de sacarle dinero. Habrá quienes apunten a los padres del pequeño ¿ adónde estaban? qué hacían que no lo tenían de la mano? los dueños de la verdad alzarán su voz, diciendo que los criminales hay que matarlos desde chicos porque no tienen solución, ya está, los resultados están a la vista.Pasarán los días con sus noches. Se definirá el destino de la víctima, el del victimario. Las familias llorarán sus sinos, penas y trataremos de olvidar lo que pasó. Dictarán sentencia, harán psicodiagnósticos y dosiers periodísticos sobre el tema. Lo más perturbador del caso es saber que el mal acecha adónde quiera que estemos, sin rostros demoníacos ni radares que lo puedan detectar. Es el mismo mal que dispara el gatillo ante el inocente, el que viola, trafica y mata. No está en una latitud y longitud específica. Mora en los corazones apolillados, se mete en ésos oscuros rincones del ser humano y sale de la manera menos esperada. El único medio para combatirlo es hacernos más fuertes y luminosos. Tratar de entenderlo es una pérdida de tiempo, sólo nos mete en sus nefastas cuevas.
(Obra de Vanessa Lubach)