Ouspensky fue un filósofo esotérico del siglo XIX que tuvo como discípulo al mismísimo Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, La isla y Las puertas de la percepción. Mucho se sabe sobre el segundo, pero como sucede con los verdaderos maestros, pocos conocen la importancia de su paso sobre el planeta. Autor de varios libros fundamentales para el amante comprometido de las disciplinas herméticas, acostumbraba decir que vino al mundo a “revitalizar las ideas”. Su obra Tertum organicum y Un nuevo modelo del universo son verdaderas joyas.

      Ruso de nacimiento, terminó sus días en Inglaterra rodeado de sus discípulos, en l946. Entre tantas ideas que dejó flotando en el aire, uno concepto que me acompaña desde la adolescencia es la imagen que el propone del ser humano unida al simbolismo del Árbol de la Vida.
 Según Ouspensky la vida del ser humano se asemeja a  la rama de un árbol. Las hojas y ramas menores que se desprenden de ella son nuestra familia, amigos, trabajos, planes, descendencia. Las hojas son la percepción, la inteligencia y nuestra capacidad de absorber luz y el aire del entorno. Las demás ramas son el mundo que no conocemos, con toda su diversidad, otras culturas, familias, países. El tronco, el Universo, Dios, las divinidades. Las raíces son la Tradición. Todo se conecta de manera armónica y perfecta. Unidos de manera silenciosa con otras raíces, ramas y árboles, nos inspiran los pájaros, emisarios de otros mundos, los comunicadores secretos.