El tiempo es una cosa rara. Para el que espera, es larguísimo. Para el que la pasa bien, un suspiro. No es el minuto del que se salvó la vida en un accidente comparable al minuto del artista que quiere que salga perfecta su obra. No es igual el año del condenado al de quién no tiene idea de su muerte. No tiene el mismo largo el mes de vacaciones, que el de la escuela o el laboral. No es la misma velocidad la que ve pasar la vida un niño de cinco años que la de un adulto de cuarenta.

 Hay muchas teorías que explican nuestra sensación temporal. La más interesante, quizá, sea  la que plantea el profesor Schumann, de la Universidad Tecnológica  Nacional de Munich.  Él y su equipo sostienen que  el planeta cambió su rotación en pocos grados, causando así grandes cambios, entre ellos el acortamiento del día de 24 a 16 horas. Según el científico alemán  durante milenios la Tierra giró sobre su propio eje a 7.8 hz y ahora lo hace en 12 hz. De ése detalle devienen ciertas catástrofes climáticas y la alteración de los campos magnéticos del planeta.  El nuevo declive aumenta la velocidad de rotación de manera significativa y si bien eso se dio de manera paulatina, desde el año 2000 el cambio se asentó de manera regular.

Su trabajo es reconocido internacionalmente  como la  Resonancia Schumann y sigue siendo  desarrollado en el departamento de Astrofísica Meta Cuántica de la universidad en dónde el alemán es jefe de cátedra.
Poetas, gurúes y conectados, una vez más los aplaudo, ustedes tenían razón. El horno no esta para bollos. Marxistas leninistas, maoístas y trotskistas, también ustedes han sido visionarios. El sistema nos hace trabajar el doble del tiempo que debiéramos hacerlo. El tiempo ha llegado, dicen los evangélicos. El tiempo es veloz, cantó Mercedes Sosa. Dame tiempo, dijo el ex novio. Tiempo de alcauciles, dijo la cocinera. Tiempo de decidir, le dijo el Espíritu de la Profundidad a Carl Gustav Jung en un sueño, hace mucho tiempo atrás.

(cuadro de Ilya Efimovic Rapin, La Familia, 1905)