El poder del silencio era conocido por los grandes sabios de la Historia. Como dijo Galeano ” en un mundo de plástico y ruido, quiero ser barro y silencio”. Pocos son los que se nutren del reverso de las palabras, de los espacios entre las notas musicales, de la inhalación que posibilita el canto. Este verano tuve la comprobación de que éso es así. En una playa desértica de la Patagonia, cuyos protagonistas eran las nubes sobre nuestras cabezas y el mar sonoro, el único vecino que tuvimos tras largas horas de silencio sacó de un bolso deportivo su equipo de música y no tardó en encenderlo, sometiéndonos a un dudoso gusto musical y, sobretodo, rompiendo la magia de un lugar que de por sí viene con su música incorporada. Por fortuna las playas sureñas son generosas en extensión, lo que nos posibilitó corrernos algunos cientos de metros para volver al silencio sanador. Alejada del ruido pude volver a escuchar mis pensamientos.
Algo tan simple como apartarnos del bullicio resulta más desafiante que correr un maratón. Tomar café en un sitio sin música y pantallas es un triunfo y compartir la vida con alguien que respete los silencios, una rareza.
Entiendo a las personas que hacen cada tanto un retiro de Silencio. Guardarse las opiniones para sí, respetar el espacio sonoro del otro y disfrutar del entorno sin la adicción que generan los parloteos son cosas que se aprenden en ésa reveladora experiencia.  Los meditadores y rezadores sabemos que sin él, el Sabio Silencio,  no somos más que charcos de agua rasa.