¿ Cómo había podido ser tan inocente? Notó que en el buque en el que viajaba había una rara mezcla de pendencieros, ex convictos, huérfanos que buscaban el primer puerto decente para huir de la tripulación y alcanzar algún destino incierto, pero nunca imaginó que el capitán Pedro Francisco Cavilasio, su progenitor, servidor del rey don Joao VI y de la Corona Portuguesa por tradición secular, heredero del Marqués de Sintra y señor de esas tierras era capaz de semejante traición.
La noche que el contramaestre le contó la verdad entre risas y con una botella de caña en la mano, tuvo la sensación que el mar dejó de balancearse por un instante .Suspendido en el tiempo, vacío y sin órganos , decepcionado, quien sabe sorprendido, incapaz de enfrentarse al enemigo que corría por su sangre, decidió fingir no haber atravesado el pasaje secreto que lo llevó a la adultez en tan solo cinco minutos. Hizo un gran esfuerzo para disimular el haber sido atravesado por una lanza, luchado con un león, dormido con dos serpientes.
El sol lo sorprendió insomne , mordiendo el pellejo que rodea las uñas. Durante el día era uno de ellos, un tripulante más encargado de mantener en orden la cubierta, despejando el candelero, ordenando los cabos y doblando las velas, por la noche su padre exigía que se vistiera como un noble y cenaran juntos con cristales y cubiertos de plata.
El capitán era un hombre delgado de unos cuarenta años , de aspecto melancólico, que todas las noches después de la cena recitaba algunos versos de Los lusíadas de Camoes, con los ojos semicerrados , como en un trance. Tenía la convicción quasi religiosa que si evocaba esos versos , jamás naufragarían. El libro, objeto que cuidaba con celo , yacía abierto en un atril en el centro del escritorio del camarote, al lado de la cama. Don Pedro se había propuesto memorizarlo por completo antes de morir, como hacen los sarracenos con el Corán para llegar al paraíso. Luego, conversaban sobre la mercadería que había que transportar y el destino final, siempre el mismo: el oro de Minas Geraes descendía desde las montañas pasando por Petrópolis hasta Río de Janeiro, ya embarcados zarpaban hasta San Salvador de Bahía, luego Recife, Azores, Madeira y , finalmente, la ciudad de Porto. Se quedaban unos meses descansando y explorando algunas aldeas cercanas llenas de indios , negros y mestizos. En sus dieciocho años había hecho tres veces ese recorrido, sin aburrirse ni un solo día. Su madre, quién lo esperaba en el descanso de la casona cuando regresaban a Sintra tras quince, dieciocho meses de ausencia , decía a viva voz , abrazándolo al pecho,
_ Ha vuelto la gloria de los Cavilasio! Y besaba al hijo en la mejilla, ignorando al esposo. Tras ordenar a los esclavos dónde iba cada bulto del equipaje , subían la larga escalera de roble, custodiada por retratos de ancestros de ambas ramas del árbol familiar hasta los aposentos en donde lo esperaban regalos y delicias .
¿ Cuánto tiempo creyó el capitán que podía mantener su secreto?
_ Vuestro padre es un pirata con blasón ,acusó el maestranza volcando en su esófago el último trago de caña. La luna menguaba en un cielo azul tan profundo como el océano. Las bestias se aquietaron para escuchar cómo un traidor acusaba a otro sin titubeos.
_ Lo que se ve es el traslado del oro de la colonia al reino, pero el verdadero negocio es el que hacemos en la bahía de Paraty, escoltada por las montañas, en dónde cargamos el oro sin impuestos sin que nos vean. Ahí ganamos todos. Naturalmente el que se lleva la mayor parte del botín es el hijo del Marqués, vuestro honrado padre. Y rió descaradamente mostrando los pocos dientes ennegrecidos que le quedaban en la boca. Los santos tallados en madera que tanto dice admirar, son huecos. Ahí los esclavos depositan las pepitas de oro y diamantes antes que los deguellen. Para demostrar que lo que decía era cierto , el hereje abrió por la mitad a una Santa Bárbara que traía en el zurrón y pronto se distinguieron sus vísceras enjoyadas.
Para su sorpresa, ya en el viaje anterior su padre había mostrado gran interés por el arte sacro. Vírgenes con el niño en brazos, San Josés, Sagrados corazones de Jesús ocupaban un espacio enorme de la bodega, prolijamente envueltos en terciopelo y acomodados en cajas de encina.
_ Debéis estar orgulloso de él, es muy astuto, continuó la sorna, solo os pido absoluta confidencia, sino todo el esfuerzo que hacemos se pagará con diez escudos de plata, dos chorizos y una mula.
No fue casual el comentario. El joven recordó que pocos días antes había escuchado una discusión entre ambos en la que su padre, con voz sofocada, le decía al maestranza que de ninguna manera permitiría que lo extorsionaran.
En el mar la venganza es más rápida que un delfín, pensó el joven. Era casi seguro que los tripulantes se amotinarían en medio del océano y la gloria de los Cavilasio terminaría colgando de un patíbulo junto a su padre. Había que huir antes de que se alejaran demasiado de la costa. Esperó dos días hasta que la luna terminara de desaparecer, bajó a la bodega tomando todos los recaudos y con la ayuda de un cuchillo destripó tres Sagradas Familias. Introdujo las pepitas y las piedras preciosas a una bolsa de cuero y la ató junto al cuerpo. Bajó con cuidado al bote, al que dejó a medio atar, verificando la condición de los remos. Era una araña hilando y tejiendo con precisión, estaba sorprendido y decepcionado de sí mismo . Antes de partir inició una pequeña fogata en la sala de leños para asegurar el gran finale. El poco oxígeno del lugar le daría el tiempo exacto para la huida.
Al día siguiente, ya en la costa, contempló el resultado del plan de salvataje de su insignificante persona. Nadie alrededor de los animales sin gracia, voluminosos. Vagabundeaba alrededor, sin orientación, porque buscaba la sombra perdida de su cuerpo entre los derrelictos del naufragio reciente.
(Ilustra obra de Eduard Angeli Nebel)