Hay muchas maneras de empezar el año. Algunos se proponen una dieta para mejorar la calidad de vida, otros dan el primer paso para la conquista de un gran sueño, la casa propia, un viaje postergado, muchos que no tienen hijos propios en ése día crucial deciden hacer un tratamiento de fertilización asistida y no faltan los que empiezan a armar las valijas para probar suerte en otro lugar. Los balances, como sugiere la palabra,no sólo estiman lo vivido, sino que dejan en claro lo que aún queda por vivir. No obstante, las metas no tienen por qué ser de naturaleza material. (Quizá ésas sean las más fáciles de alcanzar.) Hay objetivos que no se consiguen con la ayuda de la ciencia o con el ahorro de dinero, se logran con un cambio de conciencia.
Mi propuesta este año es pedir al Universo un corazón nuevo, capaz de adoptar un perro en lugar de comprarlo, de sanar una herida en lugar de taparla, de construir sueños en lugar de destruirlos, de reciclar en vez de desechar y de ser creativos en lugar de consumidores seriales. Incluir el planeta en nuestros planes, hacer algo por la naturaleza y no simplemente disfrutar de sus paisajes. Dejar de ser depredador del espacio que ocupamos, cambiar el rol asignado de turistas de paso. Ser más participativos políticamente y no tan quejosos. En fin, comprometernos más con nuestro alrededor, franqueando la zona de confort y dejando de mirar la vida a través de una ventana. En todo caso, abrirla. En lo posible, atravesarla.