Volví de mis vacaciones en La Auténtica el mismo día en que Lanata retomó su programa de televisión. Cuando a una personalidad se la reconoce por el apellido, ya está. Sólo puede ser él.
Odiado, amado, Larrata para los K, Avatar para los fuck you babies, éste periodista malhablado y original, tan redondo cómo contradictorio es un espejo oscuro dónde me miro. Somos el opuesto complementario. El punto de partida por dónde empiezo la analogía es el periodismo, que más que una profesión, es una manera de mirar. Él se formó en las redacciones desde adolescente. Yo tengo la clásica formación universitaria de los hijos de artistas de izquierda. Él escribió libros fundamentales sobre política y se burla del esoterismo. Yo he escrito libros fundamentales de esoterismo y me burlo de la política. Él fuma cigarrillos y gana millones de pesos. Yo soy más sana que la leche materna y vivo al día. Él coquetea con la farándula, tiene un vocabulario impropio y enemigos acérrimos. Yo nunca supe tenerlos, elijo las palabras más bellas y detesto el dimes y diretes de los famosos. La-nata es la créme de la créme de los intelectuales macristas y por fortuna ninguno de ellos sabe quién soy. Él tiene casa en Miami, lugar al que no volveré jamás mientras viva. Su postura ideológica es clara, la mía difusa. Ningún ismo logra convencerme del todo. Pero algo tenemos en común: él disfruta tanto de su popularidad como yo disfruto de mi anonimato. Y amamos el arte, tema que ambos tocamos de oído y que nos hermana en el silencio.