Cuando Maurice Maeterlinck escribió la trilogía La vida de las hormigas, la de las abejas y la de las termes, se enfocó en la observación minuciosa y en la organización social de esos tres grupos de insectos, haciéndonos partícipes eternos de sus investigaciones . El belga, Premio Nobel de Literatura en los primeros años del siglo XX, no se limitó a estudiarlos con el espíritu científico de la época, sino que añadió la poesía natural que le inspiraron los habitantes minúsculos de los jardines a su alma sensible. Las abejas, mis preferidas, pasaron a ser ” el alma del estío, el reloj de los minutos de abundancia, el ala diligente de los perfumes que vuelan, la inteligencia de los rayos de luz que se ciernen, el murmullo de las claridades que vibran, el canto de la atmósfera que descansa”. Símbolo del faraón y compañeras de Virgilio (cuenta la leyenda que cuando era bebé, una abeja se posó en sus labios y estuvo un largo rato), éstos seres alados no sólo producen la delicada miel que nos deleita, sino que también son la fuente de dónde surge el propóleo y la jalea real.
Hace poco leí la triste noticia que las abejas están en peligro de extinción, debido a los agrotóxicos que utilizan para aumentar la productividad de los cultivos. Sin ellas, correríamos un gran peligro, ya que la función polenizadora que ejercen es trascendente. El mundo sería triste sin ellas. La miel sería pura química y los jardines estarían faltos del zumbido clásico que nos induce a la meditación zen.
Para atenuar el daño que sólo nosotros los humanos podemos causar al planeta, los alemanes están proponiendo a sus ciudadanos que tengan abejas como animales domésticos en sus casas y departamentos. A los interesados les otorga una pequeña colmena, que se cuelga en los balcones, con instrucciones para su cuidado. Estudiantes, solterones, amas de casa y ancianos, todos están fascinados con tener sus mascotas. No hay excusas. Cuando hay buena voluntad y buenas ideas , todos podemos ayudar a mejorar el mundo.