Una mujer que había sido hermosa en su juventud, un marido fanático del golf, un hijo celoso, un contador de lo más picaflor, un fiscal que parecía salido de los programas de chismes televisivos y un albañil enamorado fueron los personajes del femicidio más enigmático de los últimos veinticinco años en Argentina. El escenario, una elegante casa en un barrio cerrado de las afueras de Río Cuarto, Córdoba. Corría el mes de noviembre del año 2006.

             Cuando encontraron a Nora  estrangulada en la cama matrimonial , lo primero que atinaron sus hijos fue llamar al cura de la familia, que no tuvo mejor idea que tapar su desnudez con una manta. El marido, Marcelo Macarrón, mientras su esposa era asesinada ,  ganaba el primer premio en un torneo de golf en Punta del Este. No faltó quién sospechara que él  había contratado  un avión fantasma para cometer el crimen. Tampoco resguardaron al hijo mayor, Facundo, principal sospechoso de la pista Edipo, alegando celos por la supuesta vida licenciosa de su madre. Rastrearon sus mensajes, entre ellos el de Guillermo Albarracín, proponiendo un encuentro amoroso que finalmente no concretaron y el de Miguel Roeher, un empresario agropecuario amigo de la familia, con quién Marcelo tenía negocios.
           El fiscal Javier Di Santo ventilaba la causa como si fuera un guionista de novela y en la volteada cayó Rafael Magnasco, hasta entonces Secretario de Seguridad de Córdoba. Desfilaron hasta doce presuntos  amantes de Nora por los Tribunales e imputaron por falso testimonio a una prostituta que dijo ser partenaire de los Dalmasso/Macarrón en fiestas negras. El albañil Gastón Zárate encabezó la famosa pista Perejil, que también quedó en la nada. Cuando el fiscal Daniel Miralles tomó la causa, recibió un llamado anónimo que afirmaba que un sicario colombiano había viajado especialmente para matarla. Nada se comprobó . Río Cuarto revuelto, ganancia de pescadores.
            Doce años más tarde, del caso no se supo más nada. Sin embargo,  el mensaje a la sociedad es de una claridad meridiana: le pasó por loca, que se jorobe por no haber sido una mujer decente.