Antesala del perdón, las disculpas denotan autocrítica y humildad por parte de quién las pide. Raras como las perlas perfectas, las disculpas pasaron a formar parte del comportamiento de las almas exquisitas y un síntoma del refinamiento interior. No hace falta haber estudiado en los colegios caros, ni participar de los círculos selectos para emitirlas. Quedan bien con cualquier vestimenta  y lucen espléndidas en los escenarios más diversos, sea en el colectivo o bailando el vals. En exceso, como toda joya, lucen falsas. Es imprescindible mirar a los ojos a quienes queremos que nos excusen. Y sobretodo, hacerlo desde el corazón. Un pedido de disculpas también puede ser un cumplido y se diferencian uno del otro por la sinceridad en el momento de expresarlo. Tan sólo con el protocolo no basta. Hay que dejar que se vaya la miseria por la puerta del fondo y dejar entrar por la puerta grande el arrepentimiento sincero para que los vínculos vuelvan a brillar. Y las disculpas, por plural y femeninas, tienen el poder de las tejedoras de la nueva vida, bordan las segundas oportunidades y zurcen con esmero la red que sostiene al mundo entero.