La nota sobre el Kaizen, la filosofía japonesa que incita al mejoramiento interior, ha suscitado algunos comentarios interesantes entre los lectores del Panóptico. Cuando un tema genera ideas, ha dado en el blanco. El centro de la polémica radica en el hecho de que los japoneses se proponen pequeñas metas alcanzables en lo individual que se hacen grandes en la medida que se vuelven comunitarias, mientras los occidentales nos proponemos grandes metas individuales que redundan a lo largo de la Historia en un panteón de celebridades, mientras el bien común sufre de raquitismo crónico. Jorge, un panóptico que me pidió omitir su apellido,  especialista en relaciones laborales, hizo una crítica constructiva al Kaizen, afirmando que sólo los grandes objetivos pueden sacarnos de la rutina. La empresa para la cuál trabaja contrata coachings y asesores para motivar a los empleados para que no se alimenten con las migajas de sueños, sino que tengan motivos para enorgullecerse de sí mismos, del lugar que ocupan en la familia y en la empresa, sea cuál fuere.

        Me pregunto si el bien común no podría estar incluido en ésos objetivos. Veo pocas empresas nacionales que entremezclen sus intereses con los de la comunidad, brindando algún servicio que mejore la calidad de vida de los ciudadanos. Cuando lo hacen es buscando una ventaja impositiva o tratando de  mejorar su imagen y lo que logran es un efecto desordenado y discontinuo. Un sistema vertical y jerárquico no es cruel por ser capitalista, sino por ser indiferente a las necesidades del entorno. Japón, por tener la economía basada en las empresas familiares, trasladó ése pensamiento a las grandes estructuras, con buen resultado.
        Ni mejor, ni peor: somos diferentes. Gracias lectores anónimos por pensar cada uno a su manera.