Los adultos no tienen idea qué es un niño. Nos olvidamos rápidamente quienes fuimos y en lugar de proteger la placenta conectora que sigue alimentándolos de subjetividades hasta que puedan parirse a sí mismos, nos dedicamos a perforarla y a inducirlos al mundo adulto. Qué crueldad!
Por fortuna, en mi casa de infancia tuve la libertad que necesitaba. En el jardín de la casona había una cabaña en medio del pinar, ahí me daba cita conmigo misma y algunos seres extraordinarios. En el calor húmedo de las tardes paulistas, rodeada de lápices de colores, perros, arreglos florales que improvisaba con lo que brotaba en el camino, fotos que pegaba en la pared con cinta scotch y la radio, dormía las siestas más deliciosas, escribía mi biografía y bailaba. Fue en ese escenario de Lewis Carrol ,en el año 76, que vi por primera vez a Lazlo, el unicornio. Bicho raro si los hay, era muy parecido a los caballos que mi abuela tenía en el campo de Chacabuco en dónde pasábamos los veranos, con la diferencia que tenía un tremendo cuerno espiralado en la frente. No me asusté cuando lo vi por la ventana , las chicas como yo no se asustan con esas cosas. Tampoco recuerdo que haya escuchado hablar de ellos anteriormente. Su pelaje era blanco y amarronado, los ojos color miel y el cuerno se parecía al marfil de una escultura africana que mi vieja tuvo que vender cuando vino la mala racha (y años después la encontré en el acervo de la muestra permanente del MASP) a diferencia que cuando lo tocaba, el material opaco se transparentaba. Alrededor de Lazlo siempre había una bruma fresca, un aire que le daba un brillo tenue. Laica le ladraba, pero él no le daba bola. Es cierto que los unicornios hablan, por supuesto que no lo hacen con la voz ridícula de Mister Ed. Su comunicación es telepática, como todo lo que viene del otro mundo. Recién pude tocarlo en el tercer encuentro . Su pelaje era mucho más suave que el de los caballos comunes y en el caso de Lazlo, tenía el crin ondulado. Sabía que estaba por llegar porque los pájaros, minutos antes, armaban un revuelo de novela. Nada se puede comparar a lo que uno siente al abrazar un unicornio. Él quedaba dormitando, en un sopor, mientras mi corazón latía como un bombo .
Creo que todo lo que sé del amor me lo enseñó el visitante . Años después , en París, supe que por la serie los tapices de Cluny del Musée du Moyen Age, La dama y el unicornio, basados en los escritos de Bertrand d’Astorg, que muchas de las cosas que ya sabía de esa rara especie habían sido catalogadas por los alquimistas y pensadores medievales. Con el tiempo supe que Lorenzo, el Magnífico, tenía una astilla de cuerno para librarlo de los envenenamientos, ya que una de las facultades de esos guardianes consiste en atenuar el poder de los venenos, que Tertuliano y Justino lo usaron para caracterizar a Cristo , el filius unicornium, que Plinio los llamaba monocornes y les atribuía el don de diferenciar lo falso de lo verdadero, que Felipe de Thaon lo incluye en su Bestiario como el guardián de la pureza, que San Basilio los evocaba en sus oraciones para que sus plegarias llegaran más rápido al cielo y tantas otras noticias de Lazlo y su familia a lo largo de la Historia.
Hace poco, hurgando en los estantes del Banquete, la librería de usados de Belgrano, encontré un ejemplar de El unicornio de Manuel Mujica Láinez. En él Melusina, el hada hija del rey Elinas de Escocia cuenta cómo se atrapaba un ejemplar de monocorde en el siglo XII. Para mi sorpresa, la trampa consistía en situar una doncella sin mácula en el centro de un bosque, desnudarla y dejarla sola, para que el animal se fuera acercando de a poco y tomaran confianza. Guardián de la pureza, conocedor del alma humana, el animal sabía que sería atrapado, tarde o temprano. Sin embargo, nada impediría el encuentro, el abrazo, la apertura del portal de los misterios y la revelación de los placeres más profundos.
Ilustra tapiz de Cluny, La dama y el unicornio, Musée du Moyen Age, París.