Ser librepensador consiste en tener un concepto claro de lo que es la libertad, sacándola del ámbito teórico y llevándola a la vida cotidiana, práctica, viviendo y dejando vivir, pero sobretodo mostrando un horizonte de posibilidades que otros no se atreven a vislumbrar, una potencia inexplorada que espera para ser amasada cuál arcilla creadora de lo nuevo. En segunda instancia, un librepensador se caracteriza por pensar. El verbo está encriptado en la palabra misma. Y pensar no es facultad de elegidos, todo ser humano puede y debe ejercer ése don. Ser librepensador no es ser un intelectual. Para alcanzar ésa “condecoración” el que aspira a ella debe estar despegado de todo interés personal. En una época en dónde la abnegación es sinónimo de idiotez, en la que los sobres complementan el sueldo de los periodistas y demás formadores de opinión, me atrevo a decir que hay muchos intelectuales, pero pocos, poquísimos librepensadores.
La visita del Papa a Chile será un test para que sepamos quién es quién. Pertenecer a la tradición cristiana no debería ser motivo para querer coser los agujeros de la pésima política comunicativa del Vaticano, de la poca interacción del líder con su propio país y de las chicanas entre los que pertenecen a uno o el otro lado de la grieta. Tampoco debiera ser la oportunidad para desprestigiar a quién ha devuelto la dignidad a la madre soltera, ha colaborado con las causas más nobles como el hambre en África y no escondió el rostro ante ningún desastre natural que ha afectado las poblaciones que los han padecido. Veremos quién habla por sí mismo, de la mano de la libertad o atiende a los intereses creados . Estemos atentos: se ha abierto el telón.