Todos amamos a Leonardo. Él nos dejó los cuadros más bellos y la inquietud de que podíamos ir más allá de nuestros límites. Superó su destino de bastardo, ejerció la libertad sexual en una época atroz, fue músico, inventor, poeta, arquitecto, botánico , poeta y un pintor extraordinario. Pasear por sus obras es meterse en un portal en el que el tiempo sí existe, pero carece de importancia.

Hoy, dos de mayo del 2019, se cumplen quinientos años de su muerte en brazos de Francisco I, en Amboise. Cuentan que el rey esa noche lloró y con él, como suele suceder, todo su séquito.  En medio del cortejo fúnebre sesenta pordioseros lo escoltaron. Cuando los que nada tienen, nada saben ni nada pueden abandonan su abandono para despedir a alguien, algo trascendente sucedió. Dice una vidente que conozco que las lágrimas de los locos, linyeras, extraviados y marginados son diamantes que los ángeles recogen del suelo para adornar el trono de Dios. Quienes toquen el corazón del pueblo sin dañarlo, haciéndonos recordar que somos humanidad, merecen nuestro sentido homenaje.

Leonardo, mitad león, mitad flor, reivindicó con su vida a los gays, latinos, bastardos y exiliados, pero, sobretodo, nos enseñó que sólo dando lo mejor  podemos desarrollarnos plenamente, que la curiosidad sin límites es la raíz del buen futuro y que hay otras formas de adoración que la plegaria.

El que sepa construir, que construya.

El que sepa música, que la haga sonar.

El que sepa dibujar, que dibuje.

El que sepa crear, que invente.

No obstante, en lo que va del medio milenio transcurrido, sólo él pudo hacer todas esas cosas de manera fabulosa. En lo que a mí respecta, estoy convencida que el florentino fue un alma que encarnó en el pasado. Ni extraterrestre, ni avatar, hay experiencias de seres que, cada tanto, nos visitan desde el futuro para ayudarnos a caminar  y hacer nuestra época más llevadera. Son agujeros luminosos en la inmensidad del espacio ordinario.

 

( Ilustra Virgen de las Rocas,  de Leonardo da Vinci)