La ley Justina transforma en donantes de órganos  a todos los que no hayan dejado un documento previo a su muerte que diga lo contrario. La niña de doce años que falleció esperando un donante de corazón y que fue la musa inspiradora de la Ley promulgada ésta semana devuelve la esperanza a miles de donantes que esperan en Incucai una solución a sus enfermedades. Son casi once mil personas las que serán beneficiadas por ésta decisión. El porcentaje de donantes es abrumados, trece en cada millón de habitantes. El 40% de las donaciones que se pierden hoy día  se debe a la oposición familiar. Extraño y singular. En el fondo de ésas decisiones, está la esperanza de la resurreción de los cuerpos o la sobrevaloración franksteniana de la ciencia. No consideran que pueden ayudar a cientos de familias a mejorar su calidad de vida, cuando no a salvarlas. Algo de los egipcios embalsamadores persiste en nuestros dogmas. Ellos creían que el cuerpo debía mantenerse intacto, para ser reutilizado en otra vida. Eso, hoy se traduce en una enorme ignorancia. Ni Frankstein, ni Tutankamón. Justina.