Sea de expresión, de credo o de decidir si proseguir o no un embarazo, la libertad debiera ser un derecho respetado por todos. Quién desee interponerse entre uno y su decisión, que antes se ponga en los zapatos del que sufre. A días de la resolución en el Senado sobre la Ley del Aborto oímos la presentación de Alika Kinan, la primera prostituta que querelló al Estado y a sus proxenetas por trata. Lo que ella relató en su testimonio es escalofriante. No sólo a las prostitutas las obligan a abortar clandestinamente, sino que los cafishos les hacen pagar el valor de la intervención. En las clínicas de malamuerte pierden la vida un gran porcentaje de las jóvenes que hoy engrosan las estadísticas de fallecimiento por intervención del embarazo, deshauciadas. Las que sobreviven, como en un feedlot , vuelven a estar lista para ser consumidas como carne humana.
Si el aborto fuera no punible y respaldado por el Estado, tendríamos un mayor conocimiento sobre las condiciones de vida de ésas mujeres, hasta ahora ignoradas por un sistema que niega realidades en lugar de proteger a sus ciudadanas. Ni hablar de los embarazos adolescentes . Nos hemos cansado de leer noticias sobre la negativa de los jueces cuando se les pide la interrupción de un embarazo de niñas violadas.
Otorgan la libertad a criminales, pasean sueltos por la calle quienes han vaciado las arcas del país, pero no tiene la libertad de elegir cómo seguir su vida una mujer que gesta el fruto de una violación, una estudiante encinta que quiere seguir su carrera, una joven en edad reproductiva que quiere programar su familia. Aunque nos nieguen ése derecho, volveremos a reclamarlo antes de que cante el gallo.