El libro goza de mala salud. Sufre otra crisis de asma y la industria editorial argentina ya no sabe qué remedio ministrarle. Las ventas cayeron un treinta por ciento en lo que va del año y el desembarco de los importados que ya inundan las librerías  coloca al autor nacional en peligro de muerte. Los “refritos”, ediciones con autores que no existen, hechos con textos de tres o cuatro libros mezclados al tuntún, finamente ilustrados e impresos en China, hechos con el propósito de no pagar derechos ,compiten a mitad de precio con los autores que aún respiramos. La inmediatez de las redes sociales y la lectura voraz de las “fake news”,  un producto pseudo periodístico difundido por portales de noticias de alcance masivo, habitúan al lector a una atmósfera sórdida en la busca de información sobre asuntos de su interés. Con el afán de ahorrar algunos pesos, el lector  trata de encontrar  en la web material  que sólo los libros son capaces de portar, confiando en la falsa consigna “hoy todo se consigue teniendo wi fi”, sin saber que se está  transformando poco a poco en una vaca de feedlot, manso, sobrealimentado con información barata que lo llevará en breve  al matadero de la subcultura.

 Hermann Hesse, premio Nobel de Literatura 1946, en su obra Lectura para minutos,  decía que los libros están para hacernos independientes y que “sólo tienen valor cuando conducen a la vida y la sirven, produciendo al lector una chispa de fuerza, un presagio de rejuvenecimiento, un aliento de nueva frescura”. Todo lo otro, es tiempo desperdiciado.
Cuando vaya a hacer un regalo, piense en ellos. No obstante, en el momento de elegir, trate de no dejarse embaucar por las fastuosas ediciones extranjeras. Como suele pasar en la salud y en la educación, en Argentina los autores de editoriales extranjeras son bien recibidos, pero cuando los autores locales buscamos reciprocidad en el exterior,  encontramos en la mayoría de los casos un rotundo no como respuesta.