Ayer por la mañana, en la playa, vi una escena inspiradora. Una madre jugaba con su hijo de cinco, seis años a hacer un castillo en la arena. Los detalles estaban contemplados: la muralla, el foso, las ventanas y el mirante, todo hecho con un esmero de arquitectos. El niño corría con su balde a la línea de olas para buscar conchillas y revestir las paredes. Yo pensaba, sentirá una tremenda decepción cuando se cumpla el destino de todo castillo de arena. Por debajo de la visera, con mi libro en mano, esperaba el desastre con congoja. Pero no. Cuando la ola infausta cubrió las torretas convirtiendo la estructura en un despojo, vi como los dos se abrazaron, sonriendo . Tras algunas palabras de la madre al oído del niño, las que me puedo imaginar perfectamente , recomenzaron la construcción con entusiasmo. Lo hicieron una y otra vez.
Pregunté al Cielo qué enseñanza traía la escena , qué hacía yo en esa playa semi desierta con kilómetros de costa a veinte metros de quienes me regalaban esa lección . Una gaviota confianzuda me ayudó con la respuesta. Parada cerca de la canasta en la que traía el almuerzo dijo, dale, compartí . No seas egoísta. Y aquí estoy, compartiéndola con ustedes.
Cuántos de nuestros planes fueron castillos en la arena? Cuántas seguridades aún caerán por tierra? Lo impermanente es la única certeza que tenemos. Tomar en serio el para siempre, el nunca jamás es quitarle fuerza al durante. Soñar es un derecho del alma, algunas construcciones frágiles sobrevivirán y otras, más sólidas, se convertirán en ruinas. No dejemos que las olas del infortunio nos quiten las ganas de seguir jugando. Lo importante en este viaje son los vínculos, la experiencia, el tiempo compartido. Lo demás, el vaivén del mar que nos acuna, purifica y también nos estremece.
Ilustra obra de León Kroll