Desde que las redes sociales han cobrado importancia en la vida de las personas vengo escuchando historias de amores de diferentes tenores. Están los que nunca se vieron y por la magia de internet descubren un compañero a miles de kilómetros, están los que viven a la vuelta y nunca se habían cruzado anteriormente y también los que juraron estar solos y terminaron fascinados por el misterio inasible del otro, enamorados y con dos familias. He ido a bodas de quienes se conocieron en Tinder y otras páginas de solos y solas y otras rarezas. Sin embargo, lo que viene encabezando la lista de los fenómenos comunicacionales de las relaciones amorosas, según mi estadística, es el retorno al primer amor. La noviecita que no pudo ser, el galán que los papás miraban torcido, el amigo del hermano que le echaba el ojo cuando era una adolescente y por ahí va son el hit del 2017.
Tan fuerte es el recuerdo capaz de almacenar una linda relación, que al encontrar un terreno fértil, luego de haberse estacionado en el cemento o en la arena durante años , empiezan a florecer. A ésos llamo Amor Semilla. Nada los intimida, las arrugas de ella o los kilos de él son detalles que pierden prioridad ante el álbum de fotos o las canciones de época. Muchas veces comparten amigos o tienen hijos de la misma edad. Casi siempre pasaron décadas sin verse, pero han dedicado uno a otro un brindis a fin de año en silencio, una carta que nunca tuvieron coraje de enviar o una lágrima furtiva en un momento de felicidad. Porque está escrito: el amor tiene razones que la propia razón desconoce y nada, nada es capaz de someter al olvido el poder de un verdadero encuentro.