Cuando Michel Foucault dijo en los años setenta que en el futuro la sociedad iba a estar medicalizada para garantizar al Estado la vigilancia sobre los ciudadanos, sabía a lo que se refería. En nombre de la ciencia, de la evidencia, del método corroborable, el poder vigente elimina otras formas de pensamiento y las libertades individuales. Cuando la medicina se transforma en el custodio moral de la sociedad, cuando dictamina y prevé el futuro posando sobre los pacientes profecías que anuncian porcentajes de contagios, dibujan curvas ascendentes y descendentes , modelan comportamientos y confinan, a cambio del protagonismo que implica todo endiosamiento, entrega con mayor o menor consentimiento la autoridad que le otorga su investidura al Estado para que manipule a mansalva su política de cercenamiento económico, social e individual . La Argentina encuarentenada es el típico ejemplo de una fusión sórdida entre poder político y deshumanización de la medicina. En nombre de la protección de los ciudadanos, aíslan, prohíben comerciar, trasladar y circular. Transforman la enfermedad en pecado, reflotan el imaginario de la medicina burguesa del siglo XVIII con la promesa del bienestar general, como si pudieran detectar qué siente un niño que se desescolariza por tres meses, un vendedor ambulante que no puede transitar o una anciana que no puede ver a sus hijos. En nombre de un ideal médico se sentencia y se condena, lo que atribuye a la medicina también una función judicial . Basta con prender el televisor o la radio para escuchar a los doctos señalando qué se debe o no se debe hacer, cómo hacerlo y en qué horario. Ella define lo que es normal o anormal, lícito o ilícito, siempre basada en la noción burguesa de una sociedad escalonada , incurriendo en el error en el que redunda toda microvisión edulcorada que se traduce en una realidad descarnada de villas atestadas de COVID-19 y barrios elegantes desinfectados. El binomio política basada en los privilegios del círculo chico y un corpus médico que asusta y es usado como brazo armado del poder de turno deja a los ciudadanos a merced del peor de los virus, el del abandono. En nombre de la salud del pueblo y con aval de la ciencia cierran por tiempo indeterminado lugares de esparcimiento, aprendizaje y reunión (cuando en muchos lugares del mundo, con cuarentenas inteligentes, se han restringido sin clausurar actividades con muy buenos resultados) mientras los representantes , incluido presidente, vicepresidente, senadores y diputados viajan, se reúnen y ni siquiera usan el tapabocas obligatorio para la prevención de contagios.
La combinatoria sórdida entre poderes que definen qué es esencial para un individuo y que ejercen un poder policial que asedia, chequea, custodia la población reduce al ciudadano a un número, a un dígito, a un individuo que debe caminar en fila por el bien de la manada o será reprimido, excluido, puesto en evidencia para ser escarmentado. Los permisos para circular, clausuras, citas a los bancos para cualquier consulta que no sea online, clases en zoom y fiestas de cumpleaños virtuales generan en el ciudadano común la sensación de ser cada vez menos humano, más robótico y a merced del control de su cuenta bancaria, de su ánimo y de su existencia.
Los Vedas son los libros sagrados de la India antigua en el cuál los rishis escribieron sus máximas y fueron escritos hace cinco mil años. La veda es la restricción ilimitada a los ciudadanos, impuesta verticalmente desde que el hombre salió de las cavernas a fuerza de garrote. Elegir entre la sabiduría y la ignorancia no depende de los rótulos , de títulos ni de insignias. Hace falta que nos atrevamos a cuestionar lo que nos imponen para dejar de funcionar como ganado que va resignado al matadero. El conocimiento abre, ventila y da coraje. La dominación amedrenta, enclaustra y acobarda.
Hace tiempo ya que la medicina dejó de ser el lugar en el que uno se siente reconfortado. En esta nueva versión que va del profesional heroico al que se lo aplaude a las nueve de la noche a la víctima que el consorcio quiere expulsar por ser un presunto portador de virus maldito, deberíamos encontrar un punto medio. Por mi parte, tan solo con encontrar a médicos que no se dejen usar como gurúes de este sistema carcelario, juguetes en manos del que se autodenominó un gobierno de científicos, me sentiría gratificada. Ayudar a pensar de manera preventiva, pero no apocalíptica, sería una buena manera de empezar, dando opciones que no visen solo la salud del cuerpo, sino de la psiquis. No olvidemos el poder destructivo que produce el miedo en nuestra inmunología. Que vuelvan los sacerdotes a dar la extrema unción en los sanatorios. Que vuelvan los niños y los jóvenes a las escuelas. Que abran los Tribunales y las salas de espectáculos, con todas las medidas necesarias de precaución. Que sesionen diputados y senadores, ya que supieron aumentarse los haberes entre gallos y medianoche. Que vuelvan a permitir la libre manifestación y circulación de los ciudadanos, tan cuestionada por el establishment. Como dice el proverbio árabe, faro encendido en la tormenta que nos aqueja, nadie muere en la víspera.
(Ilustra tríptico de Francis Bacon)