La hermana de la reina Máxima se suicidó. La de la princesa Letizia también. Ambas eran jóvenes, bellas, con dones artísticos. Una se llamaba Inés Zorreguieta y la otra, Érika Rocasaolano. La argentina tenía 33 años y la española, 31. No debe ser fácil secundar de por vida a una hermana solar, vibrante, que las puertas se abren a su paso. El lado sombrío de la realeza nos muestra una humanidad lacerante, una realidad a la que ninguna familia escapa, por más afamada que sea. Cuentan que Inés se colgó, pero eso se supo por la prensa internacional, la noticia no se supo por los medios argentinos. Todos saben la buena relación que el presidente Macri tiene con la Casa Real de Orange y el cuidado con el que se está tomando la investigación es extremo. De hecho, su último trabajo de Inés  fue un nombramiento en el Consejo de Coordinación de Políticas Sociales de la Presidencia de la Nación.  La hermana de Máxima era psicóloga y su tesina trató sobre “Diferencias de género en el suicidio y conductas vinculadas”. El fallecimiento de su padre, ex ministro de Agricultura del último período militar, Jorge Zorreguieta, parece haberla sumido en una tristeza profunda. Vivía en Caballito y sus vecinos no sabían que era hermana de la reina por su “bajo perfil”. Le gustaba cantar, era amante de la música y se la ve en una foto familiar con una gorrita roja y vestido floreado, pecosa y triste. Historia de una Caperucita moderna, devorada por el  lobo feroz de la depresión.