Genesaret es el único lago con rango de mar. Así lo quiso la memoria popular para engrandecerlo por todos los eventos que allí sucedieron. También es llamado Mar de Galilea o Kinereth, que en hebreo significa lugar con forma de harpa. Sus manantiales subterráneos y la desembocadura del río Jordán lo hacen abundante en peces y aguas dulces. En los tiempos de Jesús había 153 variedades distintas, siendo el más famoso el pez de San Pedro, por la moneda tributo que el apóstol encontró en su boca. El lago mide 21 kilómetros de largo, 12 de ancho y alrededor de 50 metros de profundidad. Sus orillas están llenas de templos, palmeras e historias. Hoy es la reserva de agua más importante de Israel y también balneario top. Al norte se ven los picos gemelos del Monte Hermón, en el Líbano, al noroeste la Bahía de Magdala, entre Tabgha y Cafarnaum.

Tiberíades, una de las cuatro ciudades sagradas para los judíos, junto con Hebrón y Safed, porque cobijó a los judíos expulsados por los romanos en el año 132/135 de Jerusalem. Se llama así porque el chupamedias Herodes Antipas, hijo de Herodes, el Grande , en tiempos del Emperador Tiberio ( alrededor del año 20) quiso hacerle un cumplido . Hasta el día de hoy se encuentran allí importantes escuelas Cabalísticas . Por la noche las cervecerías y la música suenan hasta la madrugada. Durante el día, amantes de los deportes náuticos disfrutan de la actividad física en las aguas por dónde Jesús caminó para encontrarse con sus discípulos.

Hombres de poca fe, le dijo a Pedro cuando éste se hundió a causa de sus dudas.

Hasta cuando tendré que estar entre ustedes, agregó  en plena tempestad, cuando los apóstoles  lo despertaron de un sueño profundo, para no naufragar. Me complace pensar que Jesús se despertaba de mal humor. Que tenía sus malos días, como cualquier humano.

Sí, Genesaret es el mar de los desaciertos, laguna inmensa de nuestra memoria, que se acuerda el nombre del ganador del Raviol de Oro y se olvida de aquellos  que fueron imprescindibles en nuestra vida. También es el lugar de la renovación de la esperanza, del alimento y del perdón. En sus aguas solté los fracasos, los harapos y las ambiciones. Me deshice de algunos tocs, pobres peces, los miedos que ya no me cuidan y los amores rotos. Navegarlo fue lo más parecido a renovar la visa para quedarme por acá, en éste mundo, tomando conciencia que los límites (como todas las cosas buenas) son iguales para todos. Surcar sus aguas en la barca mítica también me invitó  a conectar ésos manantiales subterráneos que no permiten que me seque: la familia, los amigos de fierro, la vocación, los nuevos proyectos.

Por ser lúdica por naturaleza, me inventé un juego. De un lado de la barca, tiraba lo inservible. Del otro, tomaba las redes de lo bueno que está por venir. No obstante, el Cielo demostró ser más juguetón que yo. En medio de los cantos de los peregrinos, capaces de romper los tímpanos al mismísimo Jesucristo, vi a un hombre joven, de cuerpo entero que se dirigía hacia nosotros. Atónita, fijé la mirada y no podía creer lo que mis ojos veían, éstos que la tierra algún día ha de comer. Era un windsurfer barbudo  que se deslizaba con viento a favor, tan plácido y derechito que parecía estar caminando sobre las aguas del Mar de Galilea.

 

Obra de Rembrandt, Jesús en el lago de Tiberíades, 1633.

 

(Próxima entrega Monte Tabor, cap VIII)