No hay que comer carne, dicen los vegetarianos. El alcohol es pésimo, reniegan los sub 40 mientras arman  un porrito. El pollo hace impotentes a los hombres, asegura Evo Morales, mientras encoge la panza para prender el cinturón. Hace años no consumo harinas, dice la de enfrente que se mata con las galletas de arroz. Descubrí que soy celíaco, victorea mi amigo con las ojeras que le llegan a la rodilla. Azúcar, veneno!!! Si seguís poniendo sal de esa manera vas a parar al Purgatorio sin escalas , profetiza mi marido, fanático del queso parmesano. Nada animal, dicen los veganos, Nada vegetal, dicen los hiperproteicos. Los condimentos hacen mal a los jugos gástricos, aseguran los que rechazan la cocina étnica. Mi abuela tiraba la pimienta a la basura antes que  acomodáramos la compra. La misma decía que ésa fruta con pelos , el kiwi, le caía muy mal  No cocino para gente enferma, decía el Gato Dumas, que en paz descanse. Cenar con vino es genial, baja el colesterol, levantó la copa sonriente un señor en el restaurante. Sí, pero aumenta la glucosa, retrucó la señora que sabía desdibujar sonrisas. No me sirvas agua, nena, que me oxido, frase célebre de mi tía Elda.  El sushi es lo más, dice el japonés. Mejor el salchichón, retruca el alemán. Basta de lácteos, sentenció mi médica naturista. Antes muerta, le contesté con sonrisa de Monalisa.

       ¿ Y el que no tiene nada para comer, en qué modismo se ubicará? De qué manera se pavoneará con sus amigos a la hora de mostrar lo exquisito que es?
          Más que pensar que puedo o no ingerir, debiéramos pensar cómo colaborar para que muchos más puedan tener en sus estómagos  lo suficiente para seguir participando de ésta hoguera de vanidades.