Cuando tenía trece años jugaba ajedrez en la escuela. Era una atrevida sin talento, no obstante, sumado al conocimiento de mi padrastro que sí jugaba bien y tenía la paciencia de enseñarme, lograba lucirme en los torneos. Mi adversario eterno en las finales era Matsumoto, un sensei (nieto de japoneses) que no sólo era un brillante alumno y compañero de grado, sino una montaña de sensibilidad y timidez. Recuerdo que era fanático de Los ángeles de Charlie, la serie de televisión estadounidense en la que tres chicas dejaban la policía para seer detectives privadas de un jefe al que jamás se le veía la cara. Una de ellas era Farrah Fawcett, por quién Matsumoto literalmente moría de amor. Sus cabellos vaporosos con mechas grises fueron furor en los setenta. Recuerdo que en la final de un torneo un recorte de revista con la imagen de la rubia se le cayó al piso, a sus pies . El hecho lo avergonzó de tal manera, que no pudo concentrarse y perdió el título.

Por un lado, agradecí a Farrah el gesto desinteresado. Por otro, me carcomía el remolino de emociones de Matsumoto. Me había equivocado en la apertura y a los dos minutos de empezar ya había perdido un peón. Mal comienzo.
Confieso que soy un rival desastroso. Empatizo con el adversario, lo quiero aconsejar, en otras palabras, no tengo alma de competidora. Ese día, a la salida, luego de recibir los mimos pertinentes, fui a consolar a mi amigo. Caminamos juntos hasta su casa. Su tristeza profunda como el Oceano Pacífico cada tanto me visita . Los motivos de su mala racha nada tenían que ver con el ángel de Charlie. Su hermano mayor se había pegado un tiro hacía una semana. Era un quinceañero alegre, muy distinto a toda su familia, callada y austera. Tenía dudas sobre su sexualidad y no quería decepcionarlos, dejó escrito en una carta.
 La familia había pedido silencio absoluto sobre el suicidio. Y yo pensando que lo desvelaba un amor de novela. En un gesto solidario le entregué mi medalla, la que nunca me perteneció,  por el  valor que tuvo en contarme su secreto. Matsumoto no la aceptó, diciendo que tampoco era merecedor de semejante galardón.
Dedico esta nota a todos los jóvenes que dudan de su sexualidad. Las estadísticas dicen que de cada cinco suicidios, tres son a causa de la confusión que sufren  en esa etapa de la vida.
Ojalá nada ni nadie les quite el derecho a relacionarse del modo que más les plazca. Seamos guardianes confiables de nuestros jóvenes, jamás sus verdugos.
(Ilustra pintura de Yuliya Litvinova)