Seguimos con este tema apasionante, los distintos tipos de memoria no lineal para comprender el hecho predictivo. Hoy, de la mano de Marcel Proust nos adentramos en lo que él llamó memoria involuntaria, la que nos visita cuando escuchamos una canción al pasar o reconocemos un olor de la infancia. Pero Proust fue más allá, En busca del tiempo perdido dedicó años (literal) a encontrar el espacio oculto en el que se detiene el tiempo. Algunas de sus frases tenían más de trescientas palabras y podía, sin prisa, describir la sensación que le provocaba degustar una madalena a la hora del té dejándonos un sabor dulce en la boca al leerlo. Tal como afirmaba Henri Bergson, filósofo a quien el autor admiraba, el extraño poder del arte obraría maravillas en su salud deteriorada. Y por eso escribió, para no morir tan pronto. En uno de los capítulos de La recherche cuenta que en el balneario de Balbec, ya siendo un adulto, se agachó para atarse los zapatos en el pasillo del hotel y sintió la presencia de su abuela. Inmediatamente sus ojos se llenaron de lágrimas, pero también de felicidad, ya que en ese segundo pudo cristalizar el tiempo sin que su ausencia fuese continua. La memoria involuntaria burla las coordenadas tiempo- espacio, hasta tanto nuestra mente pueda volver a acomodarlas en el parámetro habitual.

Proust, tal como el filósofo contemporáneo  Byung Chul-Han, hablan de la atrofia de la memoria en la modernidad y la comparan a la atrofia muscular que deviene cuando uno se niega a moverse. El coreano se refiere a Proust como un ojo atento, delator de una época en la que el acontecimiento empezaba a ser más importante que las causas que lo provocaron. Dedica un capítulo entero en su último libro La crisis de la narrativa al escritor francés.  Cuanto a la escena de la abuela en Balbec, ¿cómo percibimos ese mundo invisible que nos rodea, nos atraviesa y, sin aviso, vuelve a cerrarse sin permiso?

En el trabajo con runas el buen lector tiene la posibilidad de captar ese mundo suprasensible que rodea al consultante y acompañarlo a un viaje sin escalas a un mundo paralelo que también le pertenece.  Con la técnica de lectura de Campo del Sol la memoria involuntaria se va despertando y, de a poco, el consultante empieza a reconocer sensaciones aletargadas, inaccesibles en su día a día.

El testimonio proustiano atestigua la presencia de los tantos planos posibles y enriquece con su lente la vida humana. Proust puso palabras en dónde antes hubo confusión, mostró con su obra que la memoria no es una mera secuencia de acontecimientos para recordar, sino que es un ente vivo que nos desafía a que volvamos a ella con la sensibilidad de la madurez para atesorar lo mejor de cada momento y la enseñanza que nos dejan los malos tragos.

El arte, en particular la literatura y la filosofía nos regalan herramientas para ese nuevo abordaje del pasado y nos invitan a proyectarlo en el futuro. Un encuentro oracular debe nutrirse de esa clase de alimento para brindar al consultante un buen encuentro. La música, el cine y la plástica nos muestran los planos por dónde navegaremos juntos en la sesión. Verse como protagonista de su propia historia en otro continente, en un siglo distinto, quizá con otro sexo y creencias diferentes suele devolverle al consultante la elasticidad que tenía cuando niño.

En el juego de runas nos identificamos con quienes olvidamos ser y recuperamos la valentía que algún día tuvimos. Transitamos con la imaginación algunas escenas que forman nuestras capas de existencia, muchas menos de las que poseemos, a través de historias propias, de ancestros que nos formaron, otros que ni siquiera conocimos y que, sin embargo, corren por nuestra sangre.

 

(Ilustra obra de Albert Aublet)