Llegué tarde a muchas cosas en la vida, pero eso no cambió el rumbo de lo que quería hacer. Nunca entendí el automovilismo, tampoco me gusta la velocidad. Qué orden de las cosas habrá determinado la otra , sigue siendo un misterio. Vengo de una familia de artistas e intelectuales, en la que la religión era muy poco importante. Se mezclaban creencias de Occidente y Oriente como un rico café con leche. Mi abuela, a escondidas, me bautizó  a los siete años y, sin vestido ni aviso, por mi propia cuenta, tomé la  Primera Comunión un años después de lo habitual. Éramos Inés, mi amiga la enana y yo. Bajo ningún concepto habría fiesta, cruz de oro ni regalos. Era una decisión rebelde, y sobretodo, un gasto innecesario para una familia numerosa.

     Inés era enana de verdad y hermosa. Jugaba al handball como cualquiera de nosotras, tenía candidatos y bailaba con una gracia sin par.
       Entramos triunfales a la iglesia de Santa Rita,  ella vestida como una novia y yo como pude. Otávio, el empleado de  casa y mi nana desde los tres meses, asistió la ceremonia y lloró toda la ceremonia, emocionado. Negro africano, gay confeso y vestido para la ocasión, pegó muy buena onda con el cura. Luego, nos fuimos a la casa de mi amiga, que hizo una fiesta para las dos. ¿ Minorías ? Cuando el amor es grande, todo cobra una dimensión extraordinaria.