Todos sabemos la importancia de tener un objetivo en la vida. Es frecuente escuchar el tema en las charlas de café, en la publicidad y en las capacitaciones empresariales Pero los objetivos, luego de alcanzarlos, se transforman en experiencia. Pierden el interés, pasan a ser historia. No obstante, no sucede lo mismo si tenemos una misión.
¿ En qué consiste tener una misión en la vida? Es encontrar un sentido que va más allá de uno mismo, algo que colabore con la existencia de los que nos rodean, optimizando aquello que Dios, Ashem, el Universo (como quieran llamarlo) nos entregó como don. Es animarse a vivir una vida más allá de lo ordinario, con rumbo extraordinario. La diferencia de quién tiene objetivos y quién tiene una misión es que los primeros se acaban y los otros se multiplican, en una gracia inagotable. Por más problemas que se presenten, los que están movidos por su don encontrarán formas de superar las pruebas. La hermana melliza de la Misión es la Vocación. Andan juntas por doquier y jamás discuten. Son tan bellas como el Sol y la Luna, pero la única manera de conocerlas es zambullirse a pleno en su mundo paralelo, en dónde no existen el éxito ni el fracaso, la rivalidad ni el tráfico de influencias. Quién sepa de lo que estoy hablando, que guarde su llave de oro. Como dijo Antoine Saint Éxupery, lo esencial es invisible a los ojos.