Bienaventurados los pobres, porque de ellos será la Tierra. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados. Bienaventurados los pacientes, los pacíficos, los que tengan sed y hambre de justicia, porque verán a Dios. Proclamar ganadores a los pequeños es el sello de oro de la cristiandad. Saber que todo tiene un sentido, aunque no parezca. Que el sufrimiento no es en vano, que nos hace fuertes. Que hay un Dios que nos cuida.  Cuando escuché por primera vez el Sermón de la Montaña tenía  cinco años y recuerdo que me conmovió profundamente . Había desaparecido mi padre de la escena familiar, nadie me había dicho que se había muerto, el desconsuelo me llevaba a cada mes al Pronto Socorro con crisis de asma que me ponían al borde de la muerte. Carpa de oxígeno, mantos de silencio. Una mañana Otávio, mi nana gay y negro como el azavache, con la excusa de llevarme a la plaza, me llevó a una iglesia. Dijo que yo necesitaba una bendición.  Ya nos habían metido presos dos años atrás porque creyeron que era un secuestrador de niñas blancas. Tuvo que ir mi papá a buscarnos a la comisaría.  Tatá me pidió silencio por un instante porque iba a hablar el cura. Fue mi primera Misa.Como suele suceder en los momentos que la palabra se ilumina, vienen como flechas , directo al corazón. Bienaventurados los limpios de corazón, porque serán consolados… Bienaventurados los misericordiosos, los que sufran por mi causa… Desde ese momento, supe el camino que iba a seguir.

Con esos recuerdos llegué junto a los peregrinos a la costa oeste del Mar de Galilea, entre Cafarnaún y Tabgha. Es un emplazamiento verde, lleno de árboles , muy distinto a lo que habíamos recorrido en Jordania, arenosa y dorada. Para la felicidad de todos, el padre Rafael había tomado la posta como guía y fue el que nos empezó a conectar con la parte espiritual del viaje. También nos contó que los orientales no le dan importancia a las construcciones, para ellos , lo importante es el emplazamiento, el lugar en dónde ocurrieron los hechos. De esa manera, con una piedra, una cisterna, una capilla, marcan el sitio dónde ocurrieron los eventos. Luego, los lugares pueden ser tomados por invasores, nuevos gobernantes o el fuego, pero los habitantes del lugar siempre regresarán a marcar el lugar dónde sucedieron cosas importantes. Fue por esa razón que  en el Monte de las Bienaventuranzas, siguiendo ésas huellas, los bizantinos construyeron una capilla en el siglo IV,  en el mismo entorno en el que en 1938, con el beneplácito de Mussolini, el arquitecto Antonio Berluzzi erigió el templo que pudimos visitar.La construcción es octogonal, con piedra basalto oscuro  de la región, piedra blanca de Nazareth y mármoles romanos. Nada casual. La construcción mussolinesca es muy valorada hoy en día por los italianos. Si bien el dictador se ha mandado de las suyas, a nivel urbanístico y arquitectónico ha contado con profesionales de la talla de Berluzzi que han marcado diferencia en el mundo.

Lo que se siente ahí es una paz opresiva. No es un templo claro, abierto. Invita a ir al centro, de hecho, para recorrerlo hay que caminar alrededor del altar. Inscripciones nos recuerdan la importancia de cultivar la Fe, la Prudencia, la Justicia, la Templanza, la Fortaleza. Es un viaje al centro de uno mismo. Allí entendí que no hay más que seguir el camino interior. De las ventanas angostas  del templo, lo más bello que se puedan imaginar, el lugar dónde se puede encontrar al Maestro con todas las respuestas, el mar de Tiberíades, también conocido como lago de Galilea. Allí, jugando con mis amigos peregrinos en el agua, volví a los cinco años. Curando heridas, pedí por los que ya no tienen más esperanza, por la paz en el mundo, por todo lo que en otro momento me hubiera parecido cursi. Empapada y radiante,  ya no supe qué eran lágrimas y qué eran gotas de esas aguas siempre benditas.

 

(Próximo domingo, capítulo VI, Tabgha)