Es grave no vacunar a un niño. Es un acto de gran irresponsabilidad. No hay argumento que sostenga semejante acto de involución. El movimiento Cinco Stelle, creado en Italia, que enarbola la bandera de la antivacunación logró que el país en dónde opera sea el que mayor rebrote de sarampión en lo que va del año en todo el territorio europeo. Sudamérica ya presenta casos en Venezuela y empieza a preocupar las autoridades argentinas, en dónde el mal no presenta casos autóctonos desde hace varios años. La inmigración de venezolanos a la Argentina ante la crisis económica y social que están viviendo bajo la dictadura de Maduro nos pone como país de riesgo ante una eventual epidemia.
Con asombro he escuchado a padres, casi todos alternativos y antisistema (entre los cuáles me incluyo) confesar con orgullo que no han vacunado a sus hijos. Ante miradas reprobatorias les recuerdo que su irresponsabilidad pone en riesgo a todos. No es una cuestión personal, es una obligación social que permitirá que nuestros niños sufran menos, vivan mejor y que gocen de los privilegios que la ciencia nos puede brindar. No es cierto que con las vacunas les inoculamos enfermedades, sino que la dosis minúsculas del factor patógeno diluido en suero estimula el sistema inmunológico del niño para que pueda hacerse resistente al contagio. Podemos hacer yoga, tomar homeopatía y leernos los registros akáshicos, ser veganos, naturistas y no teñirnos el pelo, pero vacunemos a nuestros hijos. Con la salud no se negocia.