Jamás te mires al espejo de un ascensor, decía mi madre. Siempre vas a parecer peor de lo que estás.
Nunca salgas sin perfume, decía Lidia Satragno, más conocida por Pinky.
La hidratación es el secreto del maquillaje, lo leí en una entrevista de Sofía Loren.
Comprá prendas de calidad en las rebajas, eso te va a permitir reciclar el placard y tener siempre algo que te guste para estrenar, me aconsejó hace años mi tía Elda.
Con el tiempo, fui haciendo un mosaico con los consejos y máximas de las mujeres que he admirado. Una es un poupourrí de tantas vidas que se nos han cruzado, de tiempos y estilos que, de pronto, se hacen propios. No es fácil ser quién uno es sin caer en el lugar común de ponerse cualquier cosa o, situación aún peor, vestir lo que todas visten por el hecho de “estar a la moda”.
Un detalle, un accesorio, la forma de un taco, sentirse cómoda, no abusar de lo ajustado, atreverse a la elegancia, valorar la calidad de las telas, jamás cortarse una misma el cabello, evitar los colores chillones son consejos que sólo las buenas amigas suelen dar. Desde ya que ante todo está la buena alimentación, las horas necesarias de descanso, la postura correcta. De nada sirve el vestido más caro con diez kilos de más. Usar zapatos Ferragamo cuando no sabemos hacia dónde queremos ir. Lo de afuera traduce lo que hay dentro, y créame, siempre hay algo. No hay mujeres feas, ya lo dijo Casanovas. En resumen, el estilo no es una cuestión de dinero, tampoco de años. Es una actitud, una filosofía de vida que se traduce en un estilo. Eso sí, no es fácil encontrarse. A veces lleva años, décadas o toda la vida.