Los aborígenes australianos llamaron a la creación del mundo la Época de los Sueños. Todo lo que existe, según su mitología, fue antes soñado por las divinidades. Hay lugares sagrados, objetos e iniciaciones que permiten que el que quiera adentrarse en ese tiempo, conociendo sus claves, lo recorra por un instante. Pensaban un mundo cuántico, en dónde varios universos se entrelazaban, no muy distinto al que los físicos proponen para que entendamos la realidad circundante. Los hombres y mujeres guardianes de ése conocimiento son llamados Seres de Ley. Es tan importante soñar en Australia que las etnias que la formaron siguen conectadas a partir de esa idea, de ése hilo conductor. Sean los gooniyandi, que habitan al sureste de Kimberley, los kunwinjku, al oeste de las tierras de Arnhem, los arrernte del desierto central, los muramura, que se encuentran al este del lago Eyre, los wemba wemba, que habitan al este de Victoria o los djabugay, cuyos descendientes aún se encuentran al este de Queensland, creen que los sueños son el portal que une la región de las almas y la de los humanos. Para ellos los espíritus de los niños bajan del Mundo del Cielo. Las constelaciones y los planetas son nuestros ancestros y la Vía Láctea un gran río que une a todos los que ya vivieron. Lo que hoy soñamos es la materia prima del futuro. Si dejáramos de soñar, el mundo se acabaría. No obstante, sólo aquél que conoce el poder de su sueño es capaz de engendrarlo.
Todo ése inmenso país bordeado de playas y con un gran desierto en su centro está marcado por los caminos soñantes, que son vías de peregrinación para que todo aquél que desee hacerlo encuentre el portal que le está asignado por los guardianes y, como corolario, se encuentre a sí mismo.