Toda verdad que no es al mismo tiempo una fuerza vital, es una fuerza estéril. Todo pensamiento que no va al alma porque no está cargado de sentimiento, es un pensamiento muerto.
Cuando Rudolf Steiner pensó este siglo anticipó a los que lo seguían muchos avances y descubrimientos. El siglo diecinueve que lo vio nacer había hecho el gran salto al progreso que la Revolución Industrial, un siglo antes, había prometido. Sin embargo, ese hombre castaño, flacucho y cejudo desarrolló una visión que no se centró en la realidad circundante, sino que avanzó al siglo veintiuno sin escalas anunciando un mundo que debía prepararse para las grandes crisis institucionales. Los amantes de su obra saben que hace dos siglos él habló de lo incongruente que resultaba la educación formal de los niños, centrada en la adquisición de contenidos y desde aquella época propuso una escuela en la que se les enseñara a escudriñar sus sentimientos, a curiosear, a encontrar el combustible interno que avive los pensamientos. Así nació la Pedagogía Waldorf. Como verán, para Steiner no bastaba con hacer un análisis crítico de la cuestión. Su pasión era forjar herramientas para enfrentar los tiempos venideros, una cosmovisión en la que el ciudadano del futuro pudiera comprender los desafíos de raíz y los superaran. Así nació la Antroposofía, la ciencia del hombre.
Nada quedó fuera de su lupa. En sus libros y charlas habló de los desastres que haría la medicina cuando se transformara en un negocio y previó la sociedad empastillada en la que vivimos, dejando los lineamientos para la salud física desde la integración con los siete cuerpos de luz y creando así las bases de la Medicina Antroposófica.
Impensado para su época, puso énfasis en la relación del hombre con el medio ambiente, el cuidado del suelo , el respeto a los animales y anunció las pandemias como flagelos que asolarían el siglo veintiuno a causa de la desconexión entre el humano y la naturaleza, inaugurando el término Agricultura Biodinámica.
No soy miembro de la comunidad antroposófica. Admiro lo que sus integrantes han desarrollado en tantas áreas del pensamiento a partir de la muerte de Steiner y me duele cuando los rotulan de secta. Veo como crecen sus escuelas, como la Arteterapia se hace cada vez más presente en la búsqueda de opciones para ayudar al equilibrio interior, la Euritmia se instala en los talleres de danza como propuesta curativa para lesiones y traumas y la Arquitectura sustentable remplaza de a poco las enormes cajas de zapatos hechas de cemento y tristeza, utilizando materiales de la zona y recuperando la belleza de la ondulación y de las curvas.
Steiner fue un pensador que marcó la diferencia por la amplitud de conceptos. Lúcido y visionario, dejó un legado escrito vasto e interesante, Verdad y Ciencia, 1892; La filosofía de la libertad, l894; La concepción del mundo según Goethe , 1897, Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores, 1904; Teosofía, 1904; La ciencia oculta, 1910; El karma de la falsedad, 1916: La educación del niño, 1922 y tantos otros, no obstante, lo más interesante es que el austríaco avaló su obra con un impulso creativo que no deja de crecer hasta el día de hoy en el mundo entero.
De él son las plegarias que recito en silencio por la mañana a San Miguel Arcángel y a la noche al Ángel Custodio , la costumbre de agradecer cuando termino de leer un libro y pedir por el alma de su autor, el término locura pandémica que pinta nuestra época tal cuál es y tantos tips que utilizo para investigar el corpus de la espiritualidad, tema troncal de la obra del filósofo.
Hoy le dedico este homenaje, a quién supo ser palabra de luz e inspiración a la vez, quién me hizo pensar que en lugar del Nuevo Mundo que propusieron los colonizadores, debiéramos dedicarnos a ser los forjadores del Mundo Nuevo.
Ilustra obra de Silke, Los arcanos en seda, el Mundo.