Cuando era niña vivía en  una casa grande, con un jardín de mil metros cuadrados en donde crecían las plantas más raras de la región. San Pablo es una ciudad incrustada en la Sierra del Mar , una selva de la que hoy queda muy poco y que cubre la Costa Verde, zona que va desde la provincia  de San Pablo a la de Río de Janeiro. Las variedades de la flora autóctona son tan múltiples como las de la Amazonia. Basta que se rompa una calle para que surja un helecho de la hendidura, una flor y si se duermen, un árbol. Mi vieja era una Brigitte Bardot de las pampas, llena de animales y plantas en una urbe que todavía no era la ciudad intransitable en la que se transformó. Esa pasión la compartía con su amiga de siempre, la Coca Sarli, con la diferencia que mi madre tuvo seis hijos, dos matrimonios  e Isabel un gran amor , dos hijos adoptivos y nunca se fue de la Argentina. De pronto, en ésa suerte de Paraíso Perdido, lleno de almas en pena (ya que nos separaba un arroyito del cementerio de Vila Mariana), ahí por el año 77  brotó en el jardín un árbol pinchudo que crecía con la velocidad de la luz. Redondo y pinchudo. Para las Navidades ya tenía el tamaño de una cabina telefónica. Mi vieja no dudó: ese sería nuestro árbol de Navidad. Recuerdo que teníamos que tener máxima precaución para armarlo porque los pinches no dejaban nada que envidiar a las espadas de los sarracenos y a cada punta le teníamos que poner una bola plateada. Hasta ese entonces los adornos de Navidad eran de vidrio y cuando se rompían, ligabas un reto de quince minutos. Quedó precioso. Tan diferente era del pino escandinavo tradicional que vinieron de una revista de decoración para fotografiarlo. Era un OVNI en medio del living, alegría de los creativos, horror de los caretas.

Al año siguiente Otavio, el empleado de la casa, ante la amenaza de volver a pincharse en la lucha cuerpo a cuerpo con el extraño (dado que fue el que lo trasportó del jardín a la sala de estar, a riesgo de sus ojos y de su vida) dejó en claro que para las Fiestas eligiéramos ,  era el OVNI o él. Preferimos el terráqueo y no se habló más del tema. Qué revista ni ocho cuartos…
(Obra de Wassily Kandinsky)