¿ Por qué nos volvemos parecidos unos a otros? Los que comparten la vida juntos, los integrantes de una comunidad religiosa, los que profesan un ideal político, los que desarrollan un mismo proyecto? Los humanos tenemos un mandato secreto que resguarda las claves de pertenencia en el gestual, el peinado, el marco de los anteojos o un tipo de vestimenta. Es una cuestión identitaria que subyace, otorga la aceptación del entorno y una cierta comodidad. Estamos transmitiendo información todo el tiempo y la palabra es tan sólo un treinta por ciento de lo que comunicamos. Un color, un aroma, el modo de cubrirnos la cabeza o de raparnos, tiene un significado.  Estar dentro o fuera de una comunidad, por milenios, representó la  garantía de subsistencia, por lo pronto,  encajar era una suerte de  póliza de seguro de vida. En un lugar en dónde hay grandes diferencias culturales, eso se vuelve distintivo.

Nazaret es la ciudad árabe más grande de Israel, conocida como la Flor de Galilea, porque de ahí es el nardo silvestre que crece desde los montes que descienden del Líbano hasta la llanura de Esdrelón. Su forma es redonda como un plato volador , nada tiene que ver con el homónimo europeo, y está compuesto por cientos de minúsculas flores en su interior que emanan un perfume delicioso y se llama spikenard. En esa ciudad de setenta mil habitantes y colinas urbanizadas musulmanes y cristianos conviven pacíficamente, unidos por la creencia del Arcángel Gabriel, que a unos les dictó el Corán y a otros les anunció el embarazo más polémico de la historia, el de la niña María. La madre de Alejandro Magno, Olympia, dijo haberse embarazado del trueno y nadie la criticó (y ojo que era mujer del rey). Isis, la diosa de la vida, después  del asesinato de su esposo Osiris de la mano del perverso Seth, dio a luz a Horus tras haberse unido al río Nilo. No obstante, ninguno tuvo tanto efecto mediático como el embarazo sin hombre de esa niña de quince años, visitada por un ángel. Cada tanto la historia se renueva y viejas leyendas son contadas de otra manera, para que distintas culturas y pueblos reconozcan el Misterio. Eso es Nazaret, la casa del Misterio.  En una cueva, como solía suceder en ésos tiempos, se le apareció el Arcángel Gabriel a la que sería la madre de Jesús,  diciendo “Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo”. Ni reina ni diosa,  esa chica era una mujer común. Una vez, mi abuelo agnóstico le preguntó a su mujer  ¿ Cómo podés creer en semejante tontería? A lo que la más sabia de las mujeres que conocí, mi abuela Celestina,  le contestó _ de no haber sido verdad no hubiera inspirado a tantos artistas a lo largo del tiempo. Ninguna mentira es capaz de hacer las maravillas que hizo María a través de pintores, músicos, escultores, poetas  y arquitectos. Santo remedio. Nunca más se habló del tema, el abuelo Perfecto estaba loco, pero era amante del arte en todas sus manifestaciones.

La Basílica de la Anunciación recuerda lo ocurrido. Allí es venerada una columna del siglo II que está grabada la frase Xe Maria, que significa Salve María. Como sucede en las construcciones antiguas, la actual se erige sobre las bases de las ruinas de una iglesia bizantina y de otra, cruzada. La cúpula del edificio hecho por Giovanni Muzio tiene la forma de un enorme spikenard. Es de una rara belleza.  No obstante, lo alucinante del lugar está en la iglesia inferior, que conserva la gruta original en dónde sucedieron los hechos. En ese sitio se respira un aire exquisito nunca percibido por mí anteriormente. Creo que allí  mora  la quintaesencia de la paz.

Fue en ese cubículo dónde agradecí  los milagros cotidianos de los que fui testigo, en particular cuando mi madre (agnóstica como su padre) , internada por un cáncer terminal, me desafió . Vos, que tanto jorobaste con la Virgen María , te hago una propuesta. Si me entregan una rosa roja antes de morir, voy a creer en tu Fe. No vale que lo programes. Ojo que te tiro la sábana de noche cuando me vaya de este mundo, que falta poco.  Mi madre tenía un humor particular. Recuerdo que acepté el desafío con gusto, pero  me fui con una sensación rara, de incomodidad ante su actitud irreverente, sin embargo con la certeza de que algo sucedería a mi favor.  Como soy naturalmente devota y ritual, pedí a San Gabriel que me ayudara.  No pasaron cinco días ,  al entrar al cuarto veo una rosa roja en un vaso con agua. Con los ojos desorbitados , pálida más por la revelación que por la quimioterapia , mi mamá susurró , Decíme que no la mandaste vos. Le hice un gesto de negación con la cabeza, mientras la abracé. Pude en ese instante acariciar su pelo canoso y agradecerle la vida.  Considero que esa fue nuestra despedida, porque a la semana murió. Mi madre no  fue una señora fácil, ni yo una hija ejemplar,  pero pudimos cerrar el ciclo. Después supe que una señora evangélica anduvo distribuyendo rosas rojas en el Hospital de Clínicas a razón de una promesa que hizo. Rara como me tocó en suerte fui la única hija del mundo que le enseñó el Avemaría a su madre. Fue en Nazaret el lugar en el que me di cuenta la cantidad enorme de anécdotas maravillosas que tenía para agradecer. Y que para el Universo no hay religión prohibida, todas son  vehículos milagrosos de  una  vasta espiritualidad, a la que todos estamos invitados a participar.

 

(Obra de Fra Angelico, 1437, La Anunciación de María, Museo Nacional de San Marcos, Florencia)

Próxima entrega Cap.X,  Caná de Galilea.