Los Duques de Windsor fueron la pareja más importante de las crónicas amorosas del siglo pasado. Renunciar a la corona de Inglaterra por el amor de una mujer hizo temblar al mundo entero. Ella era una norteamericana, algunos dicen que era transexual y dueña de la frase que dio inicio a la era de la belleza anoréxica: “nunca se es damasiado flaca, ni demasiado rica”, confesó en un  diálogo con el fotógrafo Cecil Beaton. El rey Eduardo era llamado “el hombrecito” por su aspecto débil, timorato e infantil , ya tenía treinta y ocho años cuando la conoció y ella treinta y siete. Con dos matrimonios anteriores, ella no dudó separarse para contraer matrimonio con el solterón más codiciado de Europa. Pero las cosas no le serían tan fáciles. El Parlamento inglés vetó el matrimonio alegando la condición de divorciada de la futura reina y logró que Eduardo abdicara.  Las malas lenguas cuentan que la habilidad que tenía Wallis para “pelar” las billeteras de sus esposos era asombrosa. De hecho los años treinta y cuarenta no fueron los más prósperos del planeta. La Segunda Guerra Mundial había dejado el mundo en una grave crisis económica, pero eso no impedía que la pareja viajara  con 266 maletas y tuviera en su casa en las Bahamas treinta empleados.

      Lo más tremendo de los Windsor fue su relación con el nazismo. Con la esperanza de recuperar el trono, se aliaron con los alemanes yendo en contra de los intereses de su propio país. Al terminar el conflicto bélico, siguieron siendo los reyes del chusmerío y de la pacotilla del jet set internacional. Moraleja:  la miseria humana nada tiene que ver con la del bolsillo.