No seamos imparciales. Si el lenguaje inclusivo es una herramienta de nivelación de género para marcar la igualdad de oportunidades entre la  mujer y el hombre, que también lo sea para marcar los defectos de la especie humana y mejorarla. Vestir como adolescentes, competir con los hijos para ver quién atrae más miradas, valorar el dinero por sobre todas las cosas no son cuestiones que se limiten a un  género. El viejo verde, famoso por perseguir jovencitas y hacer papelones por la calle, ya no está sólo. Desde hace un tiempo (quizá debido al cambio climático) han proliferado las viejes verdes, adoradoras de efebos que bien podrían ser sus hijos y negocian acompañamiento por bienestar. Lástima que ambos especímenes jamás podrían entablar una relación amorosa satisfactoria, por razones obvias.

 ¿ Prejuicio? En absoluto. Es cuestión  de ser ecuánime a la hora de adjetivar. No obstante, para aquellos que se niegan a madurar y se sienten inoxidables, existe un término creado por  Lipovetsky que por lo versátil y contemporáneo no parece haber nacido en plena II Guerra Mundial. Décadas previas al surgimiento de los videogames y del lenguaje inclusivo, éste filósofo francés ya se preocupaba por aquellos que no querían crecer y los llamó  adultescentes.
Reacios a asumir responsabilidades, superficiales e incapaces de forjar su propio destino, éstos hombres y mujeres sufren lo que  Dan Kiley  supo llamar el Síndrome de Peter Pan, trastorno que por temor al mundo adulto los estaciona en una ficticia y eterna juventud. Fiel a la técnica new age de transformar lo profundo en algo banal y basado en el extenso trabajo de  Gill Lipovetsky, el  norteamericano supo reflotar la idea que el miedo a la incertidumbre era lo que ocasionaba una suerte de  parálisis madurativa, acompañado por una trama familiar compleja que favorece la dependencia a cambio de confort.  Por supuesto, obvió el contexto bélico y la riqueza del proceso histórico en el que su antecesor se había nutrido, le quitó la angustia de la posguerra y lo edulcoró con sacarina,  lo que le facilitó  vender millones de libros y ser considerado un autor clásico de la escuela californiana de transformación personal, línea de publicaciones muy frecuente (vaya ironía) en la biblioteca  de los mismísimos adultescentes…
(ilustra cuadro de Bárbara Kroll)