Perdonamos al ex que no paga la cuota, al administrador que se “olvidó” de liquidar los aportes al portero. Perdonamos al político que prometió en la campaña y no cumplió, al hermano que nos peleó la herencia hasta el último centavo y ahora brinda en nuestra mesa por un nuevo año. Perdonamos las barbaridades maradónicas y al Papa progre porque según el dogma, es infalible. Perdonamos al hijo que fuma marihuana, a Olmedo que de tan drogado, en una fiesta le mordió el brazo a mi vieja dejándole un tremendo moretón. Perdonamos a la maestra que falta cuarenta días seguidos porque considera justo su reclamo. Con emoticón ojos para arriba perdonamos a Menem por la venta de armas a Ecuador y nuestro silencio perdona los tantos femicidios anuales perpetrados sin justicia. Perdonamos a Isabel en Puerta de Hierro haciéndose pasar por loca, perdonamos que hayan vendido al país y que lo sigan rematando en cuotas. Perdonamos a los que nos insultan porque están borrachos y a los que no se comprometen porque están deprimidos. Perdonamos a los que difaman porque están locos y a los que no cumplen con sus promesas porque están enfermos. Perdonamos a los empleados que hacen mal su trabajo porque ganan poco y a los empleadores que no pagan sus impuestos porque dan trabajo.
Y se nos pasa la vida, perdonando lo imperdonable, mezclando el falso altruismo con impotencia, recurriendo al olvido para no sucumbir. Sintiéndonos buenas personas , mintiéndonos por cobardía, coleccionando excusas para no enfrentarnos con la realidad. Nos transformamos en técnicos de la maquinaria del perdón, convirtiéndolo la mayoría de las veces en compulsión . Si actuáramos en consecuencia, reconociendo la imposibilidad de hacerlo llegaríamos al pináculo de la evolución, al tope de la montaña del sabio, a un lugar en dónde querríamos quedarnos. Eso sí, antes habría que poder perdonarse a sí mismo.
(La imagen es Vencedor, cuadro del pintor surrealista colombiano Alex Stevenson)