Cuando era niña Perth le preguntó a su madre por qué asociaban los magos con calderos y escobas.

_ Porque la magia se hace con lo que se tiene al alcance de la mano, le contestó mientras regaba las plantas,  ahorrando cada palabra ya que sabía que pronto vendría otra pregunta y otra y luego , otra más.

_ ¿Vos hacés magia, mamá?

_ sí, a veces 

_ ¿me enseñás?

Con paciencia, la madre colocó agua en la regadera, tomó un cristal de cuarzo que había puesto la noche anterior a la luna nueva y ahora se  cargaba al sol y lo apoyó  aún tibio en la palma de la  mano de la pequeña, quién lo zambulló en el recipiente con  naturalidad. Se miraron a los ojos y   después de que la bandada de cotorras festivas pasara por  sobre sus cabezas la madre  contestó,

_ claro que sí.

Mientras Perth regaba las flores del cantero le recordó a su madre que pronto necesitaría una varita mágica para sus clases. El viejo abedul había sufrido la intemperie de la última tormenta  y una rama se había desprendido con brotes nuevos. La madre eligió la vara más recta  y la trenzó con finas cintas de raso que usaba en la cocina para cerrar paquetes. Todo lo hizo esa misma noche, recordando cuando ella misma, muchos años atrás, escuchó el llamado de la Señora. Quedó preciosa. Con el pirograbador le marcó a fuego su nombre y la letra rúnica que lo había inspirado.  A la mañana siguiente se la entregó a la niña, que miró a su objeto de deseo un poco decepcionada.

_ No eran de oro y plata? 

_ Las varitas mágicas de Disney y Harry Potter sí. Las de verdad son de muérdago, de abedul o de roble. Las medicinales son de sauce y una que siempre quise tener pero nunca pude son las de encina. 

_ Con esto puedo hacer que llueva o cambiarle el color de pelo al gato?

La madre sabía que no sería una alumna fácil.

_ Si es de la voluntad del Gran Espíritu, podrás hacer todas esas cosas y muchas más. De no ser así, vas a tener que encontrar la manera de entenderlo para que la magia te salga bien.

_ Entonces la magia es ayudar a hacer la voluntad del cielo? interrogó la niña con las cejas erguidas, untando una tostada.

_ Si, Perth. Todo lo demás es cosa de hechiceros. Nosotras somos magas,  hijas y nietas de  lo  sagrado.

 

(Ilustra obra de Max Zvabisnky, Los amantes en la selva, 1918)