Todo empezó cuando cumplí cincuenta y una invitada a la fiesta me regaló un perfume llamado Decadencia. Pensé, qué debo hacer ¿ tomarlo como provocación o borrarla de la agenda? Decidí tratar de entender qué metamensaje encriptaba ése regalo y comprender qué conlleva el acto de hacerlos.
Empecé por entender que no me hablaba a mí, sino a sí misma. Había sido una bella mujer a la que temía el paso del tiempo y me advertía lo tremendo que sería cruzar la raya ineludible en la que del otro lado me esperarían la menopausia, las arrugas y el abandono. Todo lo que ella sentía que había padecido cuando le tocó atravesar. El packaging lujoso representaba su modelo de vida, ostentoso y divertido, muy alejado a mi idea de felicidad. La fragancia era riquísima, sofisticada y dulzona. Pude entender que más que un regalo, lo que me traía era un boleto a la incertidumbre, un ticket de entrada a un presente que se consume . Regalo y presente, sinónimos al fin. Entendí lo difícil que es dar al otro, casi siempre uno se regala a sí mismo. El otro es una excusa. Hay que conectar la esencia del homenajeado, lo que el otro necesita o desearía y eso implica una empatía especial.
Haciendo el racconto de los presentes que recibí, recuerdo uno especialísimo de Guillermo Álamo, el periodista de espectáculos y mi padrino: el libro de Gustavo Rocco sobre el I Ching. Fue la primera vez que vi su foto. Ése día dije, voy por él y aquí estamos luego de más de veinte años juntos. Cuando fui a su casa vi que tenía en su biblioteca El libro mágico de las Runas, mi primer obra y le había sucedido algo parecido ante la foto de contratapa. Resulta ser que la fotógrafa era la misma, el mismo lente, la misma sensibilidad para captar la esencia del otro. Gracias Alejandra López, siempre presente en nuestras vidas como un regalo del Universo.
(la imagen es de Guillermo Kuitca)