Ella se drogaba y pocos se dieron cuenta que la merca empezaba a hacer estragos en su vida. Lo que había comenzado como un juego se le había ido de las manos. Al año de consumir por primera vez , ya había perdido la cabeza y hacía cualquier cosa por la cocaína. Cualquier cosa. Él la cuidaba como no había cuidado a nadie, sin embargo, ella se le escurría como el agua entre los dedos. Por la noche, después del trabajo, él pensaba con qué dealer se estaría acostando para garantizar la provisión, en qué villa se habría metido para buscarla y que la casa de sus padres no quedara marcada. La había encontrado robando. Mentido, pila de veces. Había vendido la televisión de su dormitorio y también la moto. Él la tomaba de la mano, le hablaba de la visa simple y de esperanza, cosas que ya pertenecían a un mundo paralelo. A veces, lograba meterse en sus pupilas negras y caminaba sin waze por ese pasadizo oscuro, lleno de escombros. Estuvo en sus dos internaciones, la acompañó a tres psiquiatras y supo los detalles de sus respectivos tratamientos. Hizo lo que pudo para recuperar sus amistades, la carrera, la relación con sus padres, pero nada la satisfacía. Nada que no fuera la merca.
Compartían las horas de trabajo en una oficina de comercio exterior en el centro. El tío de ella era el dueño, único motivo por el cual aún no la habían echado. Él se ocupaba de la administración de lo que ingresaba, y de ella. Salieron juntos un tiempo, el suficiente para que ella le dijera jugamos en equipos diferentes. Entre él y la droga, la segunda opción había ganado la pulseada. Sin titubear, lo cortó sin reparos. Él nunca se había enamorado así antes, sentía que ella le daba un significado a sus días y a sus noches. Intimista y austero, no sabía qué hacer para salir de ese enredo. Hasta que un día decidió marcharse. Mandó curriculums, Fue a entrevistas, una, dos. Psicotécnicos, uno, dos, tres. En seis meses ocupaba un cargo mejor en una empresa naviera de primera línea. Conoció a una mujer, encargada de la documentación de los containers, divorciada, casi de su edad, clásica y sonriente, parecida a la periodista de un noticiero matutino.
En la primera salida todo parecía muy bien, aunque él no lograba sacarla a ella de la cabeza. Fueron a cenar a un restaurante cerca del río. En la segunda cita ella lo invitó a pasar al departamento, un semipiso decorado como si fuera una nube blanca en un piso veintitrés de dónde se veía la ciudad diminuta. Después de servirle un whisky sacó de la cartera un sobre blanco al que sostuvo entre sus dedos y abrió con cuidado extremo. ¿Qué tal un poco de néctar de estrellas, para nuestra primera vez? Silencio. _ Mirá que es de la buena, eh? Él sintió que el mismo pasadizo oscuro se diseñaba entre ellos y sin decir palabra tomó las llaves del auto, el celular de la mesa ratona y caminó sin prisa hacia el ascensor.