A causa de la polémica desatada por la nota de ayer, en la que un padre hizo justicia con mano propia para defender a su hija de once años y en la que, lejos de defender al acosador, enfaticé el error de los padres en darles teléfonos celulares a sus hijos, creo necesario profundizar en el tema. Reitero que robarle la infancia a un hijo no significa anclarlo en los hábitos del siglo pasado, sino proveerlo de cosas que el niño no necesita en absoluto. ¿ Qué necesidad tiene un niño de once años de portar un teléfono celular? La misma que la de manejar un cuatriciclo.

Los accidentes  en éste verano fueron noticia nuevamente.  Francisco Catanzaro de siete años manejaba un Yamaha 90 cc por los médanos de Pinamar cuando lo embistió Fabián Ciari, un adulto que transitaba por el mismo barrio privado La Esmeralda. El pequeño murió camino al hospital, debido a las hemorragias internas que provocó el choque. No es el primer caso. Un niño de cinco años protagonizó otro hecho éste año, afortunadamente sin consecuencias graves, en el balneario de Nueva Atlantis, en el Partido de la Costa. El niño se fracturó el fémur y lo atendieron en Mar de Ajó, el nombre del menor no trascendió pero podría llamarse Santino, Pedro o Kevin.

        El status que enarbolan los padres de los niños prodigio a veces les juega una mala pasada. En las entrevistas que le hicieron los medios al papá de la niña perseguida por whatssapp, Walter Rodríguez, afirmó que le compraron el  teléfono “por buena conducta y excelentes notas”. Tener un hijo diez no lo transforma en  adulto. La única medicina para no proyectar en los hijos lo que quisiéramos es conocernos más y mejor.