El caso del padre que se hizo pasar por su hija y lo cascoteó al abusador que la perseguía por whatsapp deja al descubierto otro sinsentido de la ley. El acosador fue procesado, pero quedó en libertad. Y al padre lo indiciaron por lesiones. Queda en evidencia un criterio ajeno al sentido común que entona el Mundo al Revés de María Elena Walsh a todo volúmen.  Pero hay otras aristas del caso que debiéramos tomar en cuenta para que lo ocurrido nos sirva de lección a todos los ciudadanos .

      Cuando una nena de once años maneja un celular como si fuera una joven, estas cosas pueden suceder. Todos sabemos lo frágil que es una criatura y el cuento de Caperucita y el Lobo feroz no es un simple eufemismo. Debiéramos evitar que los niños con menos de quince años manejen celulares, cuatro por cuatro, vayan solos a bailar y tengan permiso para conducir el auto de los padres. Más allá de la polémica suscitada por Walter Rodríguez haciendo justicia por mano propia sobre la cara de Germán Acosta, quiero poner sobre el tapete el robo que le hacen los padres a un niño al quitarle la infancia antes de tiempo. Es muy triste que veamos a los púberes fumando, tomando alcohol sentados en las veredas o portando celulares carísimos y lo naturalicemos , encogiéndonos de hombros.
        El mundo se ha vuelto una corporación en dónde el más jerarquizado controla al que viene por debajo en la escala piramidal y ése modelo se espeja en los hogares en cada uno de los vínculos de los que en él habitan. Darle un celular a una nena de once años es tan aberrante como ponerle tacos y pintarle las uñas de rojo. Eso no justifica que se vuelva presa de algún pedófilo de turno, pero nos cabe a los adultos proteger a los niños. Evitemos las bravuconadas y hagámonos cargo de cuidar a quienes decimos amar, no exponiéndolos a situaciones que puedan dañar su inocencia.