Un tema que parece no estar del todo definido en nuestro cotidiano, panópticos, es el del juzgamiento y la constatación. El acto de juzgar deja implícito que existe una norma o ley que no fue cumplida y va en detrimento a la convivencia o el bien común. La constatación es la facultad que tiene la razón para corroborar una verdad. La diferencia entre ambas es que el juzgar nos coloca moralmente por sobre el sujeto  o la situación que estamos analizando, mientras que el constatar carece de emoción y nos permite ver la escena desde una perspectiva igualitaria. Juzgar es moralmente inadecuado, pero constatar un error no lo es.

        Por ejemplo, alguien que roba puede hacerlo por varias razones: por impulsividad, ambición,  necesidad u obedeciendo una orden. Eso descarta la posibilidad que lo juzguemos sin un profundo análisis de la situación, convocando a los profesionales que se  formaron para hacerlo. Pero nada de eso transforma al ladrón en inocente.

       Si en nuestra vida nos capacitáramos para juzgar menos y constatar más, colaboraríamos para un verdadero desarrollo de nuestra sociedad. Eso no implica mirar hacia otro lado y hacer de cuenta que nada sucede a nuestro alrededor.  A nivel comunitario estamos en un momento histórico en dónde la constatación de los hechos no lleva al juzgamiento, única manera de restablecer el orden alterado. Los intereses particulares priman por sobre los comunitarios. Sufrimos un raquitismo ético que nos llevará a la inhabilitación social si no lo revertimos prontamente.  Hagamos honor a nuestras instituciones, sacándonos las manos de los bolsillos y poniéndolas en el corazón.