Recursos naturales, recursos humanos, recursos económicos, recursos genuinos ¿ cuándo tendremos en cuenta nuestros recursos internos?
En un tiempo en el que todo está siendo cuestionado y una nueva perspectiva se instala tanto en Oriente como en Occidente nada se valorará tanto como las posibilidades de afrontar el cambio que cada uno haya desarrollado . La paciencia, otrora signo de pasividad, la tolerancia en la adversidad , visto hasta hace poco como conformismo, la quietud , virtud que llegó a ser confundida con la tristeza, la calma catalogada como rasgo de vejez y la inventiva, el polo opuesto, como comportamiento típico de una adolescencia sin fin hoy por hoy son los baluartes que nos rescatan del aburrimiento. Cuánto más feliz es quien ama la lectura en tiempos de cuarentena, los que cultivaron buenas amistades, los que apostaron a generar espacios agradables para su bienestar, los que prueban paladares nuevos y les encanta la cocina, los que cultivan la artesanía y las manualidades, pero sobre todas las cosas ,aquel que aprendió a estar consigo mismo sin necesitar shocks permanentes de adrenalina .
Los recursos internos se desarrollan. Nadie nace sabiendo meditar o siendo un gourmet de novela. Uno de los postulados que el coronavirus vino a echar por tierra es el que la gente nace sabiendo cosas. El oído para la música se entrena, el ojo aprende a mirar el arte, luego la disfruta y, si quiere la teoriza o la cuestiona, pero es irresponsable hacer creer a la gente que sus dones innatos se traen de otras vidas y esa raíz perdura para el bienestar de la humanidad. El hábito debe instalarse para que un recurso se desarrolle, el tiempo debe obrar en él de manera constante y delicada, instalando un diálogo fluido que va mas allá de dominar o no un tema. Es el puente entre el alma y de la mente lo que hará que la frustración en primera instancia no sea un motivo de abandono del plan. El tesón, la prolijidad, la capacidad de mejorar una práctica a través de la corrección de los errores funciona tanto para la carpintería como para hacer una tesis de doctorado.
El facilismo al que estuvimos encadenados en los últimos treinta años nos llevó a pensar que más vale correr diez kilómetros al día que estar en paz con uno mismo durante media hora. El silencio era una ofensa. Los sonidos de la naturaleza se tapaban con altoparlantes que creaban una atmósfera de histeria permanente. Ya nadie podía hablar entre sí en los casamientos. A excepción del último que fui , en los anteriores dije hola chau a un par de amigos sin poder cruzar más que esas dos palabras en toda la noche.
Hace mucho tiempo que no tenía tanto tiempo me dijo hoy Ceci Cáceres, un ser de muchos quilates que conservo entre las joyas humanas más preciadas que conozco. Lejos de estar contenta porque las playas estén llenas de peces y que haya renos por las plazas de Estocolmo hay algo del mundo en pausa que me agrada. Sigo creyendo que se nos caerá el mundo a pedazos y la Argentina encabezará en ranking del caos económico global, pero eso no me preocupa tanto. Me aflige cómo la está pasando aquel que no desarrolló sus recursos internos para afrontar lo que se está instalando desde el verano del dos mil veinte. El que no sabe rezar ni meditar, el que solo cree en lo que ve, el que no sabe proveerse buen alimento, el que detesta la lectura, el que creyó que la vida era una serie de Netflix, el que banalizó las relaciones humanas, el que no ama lo que hace, el que creyó que la plata lo era todo y el que le negó el abrazo a quién se lo pedía.
Cuando el gobierno abra las cajas de seguridad para financiar su política populista y escarmentar a la clase media encontrarán los dólares que escasean, las pulseras de la abuela y los brillantes, pero no habrá ni un solo abrazo en la bóveda del banco esperando que lo rescaten.
Falta poco, ojalá me equivoque. Hasta ahora, por infortunio, mis profecías se vienen cumpliendo minuto a minuto.
(Ilustración de Mikhail Vrubel)