Marco Tulio Cicerón, filósofo contemporáneo de Julio César , vivió en Roma desde el 106 hasta el 43 antes de Cristo. En su obra “La naturaleza de los dioses” habló de la importancia que tenía tratar los asuntos religiosos con diligencia. Para eso usó el verbo “religare”.

Décadas después, en el año 28 a.C, Lucius Lactancius utilizó en su obra “Divinae Institutiones” por primera ver el mismo verbo como conector vincular entre cielo y tierra.

El latinista francés Emile Benviste afirma que religión no deriva del verbo religare, como se piensa a menudo, ya que en tal verbo no existe el abstracto “ligio”, derivado de “ligare”. En todo caso provendría de “religatio”, que significa atar fuertemente.

Si bien es importante que comprendamos la etimología de las palabras, la cuestión es no creer en todo lo que damos por sentado. Las palabras tienen sus secretos. Lactantius era un poeta, probablemente haya utilizado un eufemismo o una metáfora para explicar lo que quería decir. Cicerón era un politólogo. Con su hermano Quinto Cicerón entablaron una discusión que mereció una obra magnífica “De la adivinación”, en dónde uno defendía la presencia de los oráculos en la vida de los romanos y el otro, en éste caso Marco Tulio, las refutaba. Allí se compilan anécdotas que sólo los amantes de la lectura clásica puede aquilatar, como la del día de eclipse de luna en la que murió el primer rey de Roma, Rómulo, después de gobernar por 37 años o el susto que se llevó el emperador César cuando pidió sacrificar un buey para conocer su suerte y, para su sorpresa, los arúspices no le encontraron el corazón a la bestia. Ambos autores coinciden que fue un pésimo augurio, ya que el emperador murió pocos días después.

Así que lamento informarles,  pero religión no proviene de “religare”, conectar cielo y tierra, como nos enseñaron , sino de “religatio” que significa atender con más atención los asuntos que provienen de las esferas celestiales.

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