Sufría cada vez que soñaba con ése hombre que todo lo que tocaba, lo transformaba en oro. Ésos griegos, pensaba…tan decadentes! Se subía a la moto, rumbo al microcentro y festejaba ir por la autopista esquivando los autos atascados. Anteojos de sol, zapatillas a tono con el traje de marca. Crear tendencia siempre fue lo suyo. Sabía que entrar a su propia financiera cómo y cuándo quería era un lujo que pocos podían darse.

       Coleccionaba corazones femeninos, pero prefería mantenerlos en su sitio, como el ganado de pie en el mercado de hacienda. El mundo era fácil, la vida, obedeciendo ciertas reglas, se la podía doblegar como a un bambú. Invencible, repasaba sus logros mientras miraba la vida atascada de los que no podían avanzar. No podía entender ésas vidas chatas, sin brillo, encerradas en sus cápsulas de metal.  A través de los cristales veía lo que cada uno colgaba del espejo retrovisor: zapatitos de bebé, rosarios, cruces. Él colgaba en el suyo una medalla con la insignia del Gurú . En él había encontrado la paz que tanto buscaba. Era un hombre sabio que  predicaba el amor universal, rodeado de belleza en su palacio. Un fenómeno el tío, le enseñó la ley del karma , la que dice que cada uno tiene lo que se merece. Cambió la alimentación y aprendió finalmente a respirar. Ni eso te enseñan en la escuela, pensó. Ahora era feliz, subido a la moto, sin ataduras y rumbo a la financiera en dónde llegó a ganar un millón de dólares en cinco minutos. De pronto sonó el teléfono. Un accidente: su único hijo varón . La fealdad del hospital público. El suelo temblando  bajo sus pies.  No hay nada que hacer, le dijo el cirujano. Su ex estalló en llanto,colgada de su cuello.  Estatua perfecta, dorada y fría, ésa era la escena de su pesadilla.