Puede parecer una imagen de ciencia ficción o una profecía del Apocalipsis de Juan , pero no, es la pura y triste realidad. Han localizado una isla de plástico en el Océano Pacífico, un territorio tóxico que se estima que tiene la extensión de más de diez millones de kilómetros cuadrados. Ésa mancha de basura no es detectable por radares y tampoco está constituida por botellas o envases de poliuretano como podemos imaginar, sino por micro fragmentos de los recipientes que desechamos y que no se degradarán hasta dentro de quinientos años. El impacto ambiental es tremendo y avanza hacia la destrucción del ecosistema marino en la región. Para que podamos tener una idea de la dimensión, Brasil no llega a los nueve millones de kilómetros cuadrados.

 La isla de la verguenza flota entre Hawai y California y calculan los expertos que contiene ochenta mil toneladas de plástico. Las corrientes rotativas de las mareas y de los vientos hacen que el plástico se concentre en un determinado punto del mar, formando lo que hoy llaman el Séptimo Continente.
Negar la realidad nos hace necios, pero saberla y no actuar en consecuencia nos arroja en el último escalón de la conciencia evolutiva, amén de llenarnos a los ciudadanos comunes de  impotencia.
Debemos unirnos como humanidad para recuperar los océanos. Sabemos que dos tercios del planeta azul está compuesto por ellos y que descuidarlos es herir a la humanidad de muerte.
 Urge que dejemos de consumir plásticos. La industria moderna se basa en ellos para su expansión, pero en contrapartida, cada botella, bolsa o envoltorio ya utilizado nos condena a vivir en un basural. Reciclemos.  Seamos conscientes sin demora y exijamos a los líderes de los países más industrializados que se hagan cargo de sus deshechos. Es lo mínimo que pueden hacer, pagar un precio justo por su desarrollo.