¿ Cómo darnos cuenta cuando estamos siendo secuestrados energéticamente? Dolores de cabeza frecuentes, distracción acompañada de melancolía, enojo permanente, sueño alterado pueden ser síntomas que avisan que somos rehenes de situaciones y/o personas que utilizan ardides para apoderarse de nuestra energía. No es infrecuente que eso suceda. El “perder el eje” no sólo sucede por lo que pasa a nivel del pensamiento, por lo que hemos dicho o por lo que dictaminó nuestra racionalidad. No todo pasa por el reino de la palabra.

 Hoy más que nunca la ciencia confirma que estamos constituidos por vibraciones y que la distinta gama de campos energéticos que nos atraviesan, interactúan y nutren, determinan nuestra calidad de vida. Quienes logran un ambiente creativo, armónico y  despojado (toda una construcción voluntaria, no casual) se ve embestido por quienes desean disfrutar de ésos beneficios, sin ningún sacrificio.
La raíz de todo secuestro energético es el robo de la alegría, la paz y el amor que el otro no supo conseguir por sí mismo. Puede confundirse con la envidia, pero la diferencia es que el secuestrador registra su emoción y va por su objetivo sin titubear. Es consciente de lo que quiere del otro y disfruta enormemente cuando rompe el equilibrio y  desestabiliza el sistema.
Para evitarlos hay que agudizar el ingenio. Tener siempre a mano recursos que nos conecten con las fuentes superiores de energía,  autores que nos han servido de maestros, enseñanzas de los ancestros que nos han amado incondicionalmente, una plegaria, un amuleto que nos recuerde la grandeza del bien en el universo, un poema que exorcice el mal. Un amor. Flores naturales, agua diamantina o bendita. Hacer el bien sin mirar a quién. Guardar silencio por una hora. Rezar. Meditar. Entender que la vida es un milagro sin precedentes y que vale la pena estar acá. Convencerse que el mal existe y que Dios, el Bien o las fuerzas superiores están listos para socorrernos cuando acudimos a ellos.