El viento sopla fuerte por estas latitudes. Ya decía Patanjali, el creador del Yoga (hace cinco mil años): nada mejor para eliminar las impurezas del cuerpo que caminar contra el viento. Nos bañamos con agua, con el Sol, untamos la piel con cremas y oleos provenientes de la tierra, sin embargo, le tememos al elemento inasible . Ventilar es tan necesario como descomprimir. El aire enviciado concentra malos olores, proliferan en él los virus y las bacterias. Cambiar de aire es salud para la mente y el cuerpo y el término sugiere viaje cercano, nuevos paisajes y diversión asegurada.
El aire en movimiento no enferma, no contamina, sino que refresca, genera energía y es gratis. Las serpientes le temen, cuando el día es ventoso no salen de sus guaridas. Las ballenas lo aman, bailan al son de su música. El sabio lo descifra y el necio, le huye. Anunciadores de tormentas, las ráfagas barren los árboles de las hojas secas y despeinan a la princesa. Los claveles del aire son mis preferidos, como también lo es mi ciudad elegida, Buenos Aires.
Acuario, Libra y Géminis son los signos que lo representan en el zodiaco. La espada, el incienso y la paloma, lo honran en los altares del mundo.
“ El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene, ni adónde vaya. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” Así está escrito en el Evangelio de Juan, el discípulo preferido de Jesús, cuyo estandarte está representado por el águila, otro amante empedernido de los cielos ventosos y símbolo de la magia sagrada.
(Ilustración de Daría Petrilli)