Transitamos una época que asiste al final de los dogmas religiosos. La globalización acercó Occidente a Oriente y las estructuras rígidas tienden a volverse flexibles. La Historia está siendo revisada y la Ciencia aporta lo suyo para abrir horizontes y derrocar los postulados que otrora eran incuestionables. Los que se animan a pensar en grande, dejando de lado el miedo, las poblaciones más instruidas y las menos cerradas se animan a cuestionar las tradiciones. Por otro lado, aquellos dominados por el temor y el fanatismo se aferran a las iglesias mediáticas, hechas a medida del descontento general y ganan elecciones. Es una época en la que ser librepensador, dependiendo de la latitud del planeta en la que uno se encuentre, le puede costar la cabeza. La religión se ha vuelto un bastión del poder, una cuestión de Estado en algunas regiones.
En el grupo de pertenencia en el que transito y elijo estar, pertenecer o no a una religión no es excluyente ni meritorio. Conozco a personas con las que establecí un lazo emocional o laboral de años y no sé si son judías, cristianas o mahometanas. Son personas menos rígidas, más abiertas, tienen deseos de construir un mundo mejor, el conocimiento para ellas es un valor, confían en un porvenir basado en la tolerancia, en la justicia, no se creen mejores que otros y suponen que estar sobre la Tierra tiene un sentido. Quieren evolucionar, ser felices en comunidad, sin cetros ni coronas. Son espirituales.
El sincretismo religioso que propone el nuevo paradigma extrae lo esencial del los libros sagrados de todas las épocas. Los Yamas y los Nyamas del hinduismo no dejan de ser los Diez Mandamientos al curry; las parábolas de Jesús y los cuentos de Nasrudin parecen salidas de la misma antología, el Ángel Gabriel le dictó el Corán a Mahoma y el mito de la madre virgen, según Joseph Campbell, es tan antiguo como el hombre.
El matriarcado tuvo un reinado de doce mil años y llevamos cinco mil desde que Abraham le perdonó la vida a Isaac, dando el puntapié inicial a la era patriarcal . (El sacrificio del primer hijo era una de las prácticas habituales del matriarcado, que nada tiene que ver con bailar alrededor de la hoguera vestida de hippie chic).
Derrocar a la diosa, quitarle sus méritos e insignias ha sido una práctica recurrente de los últimos cinco milenios de toda la humanidad y no debe ser confundida con el machismo, generalmente ejercido por hombres que actúan según los intereses del género.
El patriarcado viene unido al monoteismo, cuya imagen es el dios único y varón. El matriarcado era politeísta y basaba su culto en la naturaleza. No es casual que el reclamo de los derechos femeninos venga a la par dela peor crisis de fe de las grandes religiones. Ser espiritual y no dogmático es la consigna de todo aquél que quiera participar activamente de esta época. Sólo así podremos reivindicar las fuerzas masculina y femenina en armonía, dándole un nuevo nacimiento al dios y a la diosa que habita en nuestro ser.
(Ilustra obra de Catrin Welz-Stein)
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